Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

martes, 2 de noviembre de 2010

Indigestión Navideña.





Siempre he pensado que es más fácil escaparse de una religión, que de la Navidad.


Uno no está obligado a ir a misa, porque a los 15 años fue capaz de reunir el valor para cerrar la puerta de la iglesia y no volver sino a los funerales; pero apenas llega diciembre (quiero decir, noviembre, o en el peor de los casos, octubre) uno está obligado a celebrar la Navidad. Sí, por más desertores en potencia que haya, nadie es capaz en realidad de levantarse contra el régimen del anciano hipertenso, que nunca regala lo que le piden... y no hablo de Fidel, no, hablo de Santa Claus.


Todo resulta una obligación cuando llega Navidad: es un deber sentirse mejor, es menester volverse una buena persona y es obligatorio resetear el chip para poner el espíritu en “Modo Navidad".

Lo curioso es que la mayoría de las veces el chip malinterpreta las órdenes y por “Modo Navidad” entiende “Modo Destroyer”, y así se pierde en la confusión: por “Novena” entiende “Bacanal”, por “Noche Buena” entiende “Mala Amanecida” y por “Rezar” interpreta “Perrear”. Pero bueno, “Malhechor”, “Gazpacho” y “SanBazar” proveerán.


El caso es que cuando uno hace caso omiso a sus obligaciones navideñas, lleva del bulto y de qué manera.


Por ejemplo, si uno no quiere leer la oración a la virgen María en la novena de la oficina, las señoras del aseo y todas sus secuaces comienzan a mirar con ojos acusadores diciendo: "esa sardina, pobre oveja sin rebaño, debe ser una caspa sin rumbo fijo”, y acto seguido, se echan la bendición.


Si uno se muestra reacio a cantar los villancicos en la novena familiar, siempre recibirá un llamado de atención post-evento por parte de la madre diciendo: "tan bobita, si tu cantas lo más de lindo". Así, ante el conflicto interno que produce alzar la voz para cantar “tutaina tuturumaina”, lo más sensato siempre será refugiarse en las maracas y sentarse al lado de la prima disléxica encargada de la pandereta, quien, por mérito, se llevará toda la atención de la familia.


Por otro lado, si uno no quiere comerse la parte oscura del pavo porque le sabe a Manatí, siempre recibirá la desaprobación por cortesía de esa tía que insiste en recordar a los niños de Somalia mientras se lleva a la boca una porción desorbitada de puré.

Y qué decir si uno separa las uvas pasas del arroz con coco... será una bestia mal educada por toda la eternidad.


En cuanto a las fiestas, si uno decide asistir a la celebración de Navidad de la empresa únicamente para hartarse de comida y emborracharse hasta las muelas, será tildado de ordinario, de regular, de empleado clase media, por todos esos que se creen demasiada cosa para ir a una fiesta empresarial.

Pero, es cuestión de reclamar derechos básicos: ya que Mr. Ex - President decidió erradicar el pago de horas adicionales de trabajo; no queda otra opción que cobrárselas a la empresa en porciones de comida y aguardiente. Un trago gratis por cada problema resuelto en horario extra, y entonces sí, ¡Salud!, ¡Feliz navidad!


Después de analizar el por qué de tanta indigestión decembrina, se sabe que tienen mucha culpa las obligaciones de todas las navidades pasadas:

Si uno es hijo de padres separados y tuvo que pasar todos los 24 viajando en carro entre dos, tres y hasta cuatro casas.

Si uno pertenece a una familia tipo Flanders y hasta ahora se tuvo que acostar todos los 24 de diciembre a las 10 de la noche.

Si a uno definitivamente no le gusta la torta de vino, ni el Panetón navideño, pero siempre los tuvo que comer para evitar romper lazos familiares.


Y ni hablar de las frustraciones:

Si uno nunca entendió la diferencia entre Santa Claus y el Niño Dios.

Si el niño Dios eran los papás.

Si uno creció escuchando “mamá, ¿dónde están los juguetes?”.

Si la nieve nunca cayó...


La navidad debería ser opcional, como tantas cosas en la vida que uno puede o no hacer, decisiones tan libres como bañarse los domingos o no, como comerse las uñas o cortárselas... asimismo uno debería poder decidir festejar la Navidad o no y sobre todo, lo más importante, no ser condenado por ello.


¡Qué viva la Navidad! (siempre que podamos NO celebrarla).











lunes, 20 de septiembre de 2010

El grito de mi independencia.





Hace unos días hice, por fin, el check- out en el "Hotel Mamá".

Después de 26 años de hospedaje 5 estrellas, decidí dar por terminado el servicio gratuito de limpieza de habitación, de lavado y planchado de ropa, el servicio de cable con canales Doble Premium, el desayuno sin límite de horario y con servicio directo a la cama, el almuerzo trifásico y la cena monárquica. Además del acuerdo de apapachamiento eterno firmado por mis padres, en el que me he visto sumergida desde mis días en el líquido amniótico.

También cancelé las cláusulas de convivencia instauradas bajo los nombres de "Si no vienes a cenar ¡avisa!" y de "levanta esa toalla mojada del suelo ¡ahora! ".
Pensé que me obligarían a pagar un excedente por las botellas de vino y whisky que por años hurté del bar, por la alfombra que manché con vinilo negro, por las paredes que rayé con las uñas rojas y por todas las veces que malgasté el papel higiénico; pero al final todo me fue perdonado. Como a un toro indultado, me dijeron: Podéis ir en paz.

Así, dejando el olor de mis pataletas, mis depresiones y mis amoríos, impregnado en los tapetes y cortinas, recogí mis corotos y con no pocas lágrimas y mocos, agradecí a esa habitación que por años soportó todo tipo de juergas ilegales, calzones sucios en el suelo, sobredosis de esmalte para uñas y resacas de ultratumba.

Entonces cambié de barrio y ahora no vivo en hotel, sino que vivo en mi casa. Pasé de huesped a propietaria con el patrocinio de un crédito bancario que se encargará de asfixiarme los próximos 15 años, de perseguirme por oscuras calles en mis pesadillas y de recordarme, día a día, de aquella vez en la que vendí mi alma al diablo a cambio de 45 mts. de área y 20 mts. de terraza.

Digamos que este nuevo contrato de convivencia conmigo misma tiene sus ventajas y sus desventajas, sus delicias y sus asquerosidades:
Dentro de la lista de cosas buenas está, sobretodo, la oportunidad de convertirme en alguien útil, en lo que refiere a "útil" según el evangelio de las abuelas, es decir, poseer la gracia, delicadeza y pericia suficientes para llevar a buen término una torta de chocolate, un mameluco de lana, un caldo de pollo o la limpieza de un sanitario.

Para alguien como yo, que nunca ha leído alguno de esos Best Seller sobre"cómo ser buena ama de casa", el proceso de iniciación a la carne cruda, a las fechas de caducidad del queso y al uso adecuado de un trapero, ha arrojado, hasta ahora, sólo resultados nefastos para mi propia salud: El trapero huele a perro y si supiera explicar por qué, seguramente no olería más a perro. Las papas sabaneras no traen fecha de caducidad, así que caducaron, adornándose con una especie de hongo blanco y cremoso, dejando una estela de rancios perfumes en mi cocina por un tiempo récord de 6 días.

Sin embargo, y a pesar de que soy potente candidata a "Miss Calamidad Doméstica" puedo decir que mis atropelladas experiencias caseras también me han habilitado para dar consejos a futuras practicantes:
Encender la licuadora sin tapa no es una buena opción.
Tampoco lo es limpiar las hornillas cuando están al rojo vivo.
No es buena idea caminar en calcetines sobre el piso recién trapeado.
Si no tienes un saca-corchos, no invites amigos a tomar vino.
Las botellas de vino no se abren con cuchillo.
Algunos ruidos en la noche son normales.
Algunos ruidos en la noche no son normales, son producto de la imaginación.
Si el celador del edificio se llama Jhon Kennedy, es mejor desconfiar de él.
Si la casa del vecino huele a Pop Corn, la tuya probablemente también.
Si te cortan la luz y los mariscos se descongelan, manda a incinerar la casa.

Podría seguir por horas, pero debo decir que "ser útil" es la peor cosa buena que tiene vivir sola (si no es la peor, por lo menos es la más aburrida). En la lista hay cosas más placenteras como el Abandono Programado, traducido en la imposibilidad de los padres de volver a preguntar cosas como la hora de llegada y la frecuencia de las salidas. Y por supuesto, está el Auto-Abandono en primer grado, reflejado en un plato lleno de comida que logra quedarse por horas sobre la cama, y en la sudadera consentida, llevada sin miedos, sin reproches, rota y descolorida.

Ahora que vivo sola he desarrollado un nuevo instinto, que si bien, aún no es de madre (ni nada que se le parezca) sí encierra comportamientos propios de alguien con un poco más de conciencia sobre su propia existencia: no en vano tengo ya mi tarjeta Súper Cliente del supermercado de la esquina y recolecto con una cautela nunca antes vista en mi vida, los stickers que traen premios para el hogar. Eso sí es saber encargarse de uno mismo.


Si me vieran regando las petunias, hablándole a mis matas y raspando el arroz del caldero a las 11 de la noche... A mi me cuesta creerlo todavía.


















jueves, 19 de agosto de 2010

ALGUITO PARA LOS NERVIOS





Hace poco me sorprendí a mí misma intentando chancletear un freno invisible mientras viajaba sentada en el asiento del copiloto.

(¿será la presión, o se me ha subido la bilirrubina?)

*

Si bien es cierto que crecí viajando en carro con mi papá, que a pesar de ser un rey tiene las manías automovilísticas de un rimulero, también es cierto que, desde hace unos años, he venido adoptando los comportamientos nerviosos de mi línea materna.
En este orden de ideas, ya no es sólo mi santa madre la que atormenta a mi papá y a la humanidad entera cada vez que trata de frenar por el prójimo.
No, ahora también soy yo. Ante cualquier esbozo de choque, por mínimo que sea, meto uno de esos pisotones al vacío que sólo sirven para una cosa: reafimar que la palabra "juventud" ha empezado a abandonarme.

Sin embargo, en mi defensa, debo decir que aún me queda un As bajo la manga: aún sé disimular. Sí, he desarrollado el poder de ocultar mis primeros logros en la carrera nerviosa.
Todavía soy capaz, por lo menos, de no pisar frenos invisibles en el carro de mi novio, o en el de mi jefe o en los de mis amigas. Sería una vergÜenza ser la mamá nerviosa del paseo.
Eso sí, cabe aclarar que cada frenón que me trago entero se traduce en una diversidad de tensiones que se riegan en forma de nudos por mi espalda y que amarran mi cólon como un envuelto de maíz.

En mi opinión, uno se vuelve viejo cuando la chochera ya no se puede esconder. Pronto llegará el día en que el "frenón al aire" fluya natural, etéreo y nazca del alma, como cualquier otra reacción instintiva. Pronto llegará ese proyecto de accidente construído por mi cabeza, que arrancará de mí el acto animal de frenar en seco y el impulso irreversible que intentará proteger la vida cuando se piensa tan seguido en la muerte. Por que vaya si con los años uno empieza a pensar en la muerte más que en los flanes de caramelo (¿o no?... puede ser sólo otra de mis malformaciones psicológicas).

Y qué decir de los aviones... ¡A 37.000 pies de altura sí que se me complica disimular! Carajo, cuando era una niña montar en avión era como ir a alquilar películas en patines, pero ahora cada viaje viene antecedido de una oración, un rezo fervoroso al aire, al cielo, a las nubes, una petición al universo para que me lleve a salvo a mi destino, para que el avión navegue como esas gaviotas que flotan sobre las tibias brisas cartageneras, dopadas por el perfume alcantarillado de la bahía. En el avión alcanzo a rezar más que mi mamá y mi abuela juntas.

Desde hace unos años la palabra "turbulencia" me encrispa los nervios, me da eructadera, orinadera, me despeluca las neuronas. Cada vez que se enciende la señal para abrocharse los cinturones me corre un trueno por el esófago y una descarga de miedo me envenena la existencia. No lo puedo evitar. Los años están llegando con sus regalos, puñaditos de nervios, bocaditos de ansiedad, angustia en cajitas, y yo sólo quiero salir corriendo a la cabina de control, a pedirle a cada piloto su acta de graduación. Al no saber nada sobre el funcionamiento de los aviones, el cambio de ritmo en los sonidos me perturba. Cada vez que algo empieza o deja de sonar (cosa que pasa unas 30 veces por vuelo) yo me agarro fuerte de los brazos de la silla, con las manos sudorosas, fabricando en mi cabeza todo tipo de finales macabros, imaginando quién asistiría y quién faltaría a mi funeral. A veces creo que debería dedicarme a escribir historias de horror. Tengo un repertorio de posibles finales trágicos más grande que el repertorio de películas malas que tiene Blockbuster.

Si añadimos a todo esto el asomo de "hipocondriaquez" que por cada dolor de cabeza me hace pensar automáticamente en un tumor, y el dejo de paranoia que me ataca cada vez que escucho los pasos de alguien caminando detrás mio, podríamos deducir que en mi vejez no seré más que un amarradijo de nervios. Pero bueno, ya encontraré el camino, la redención, la cura. Tal vez escribir esto sea un buen primer paso.

¿Pero, cuál será la terapia?, ¿tendré que aplicar la reversiva de los fóbicos?, ¿hacer Bungee Jumping en pelota?, ¿ver otra vez El Exorcismo de Emily Rose?, ¿tener una tarántula de mascota?, ¿conseguirme un puesto de azafata en los vuelos regionales de Aires?...

¿Alguien ha visto a "Coraje" el perro cobarde? necesito pedirle consejos.




martes, 27 de julio de 2010

POSTALES DESDE ERUOPA.


Intro.

Hace unos días regresé de Europa.
En mi BackPack traje la misma ropa que llevé, por supuesto la mayoría sin usar (porque de 30 prendas empacadas siempre usé las mismas 10), pero igualmente ensopada en olor a "llevo 3 semanas por fuera de casa".
Si alguien se atreviera a meter la mano hasta el fondo de semejante nido de serpientes, se encontraría con los shorts más veces usados del planeta, con un par de medias aún húmedas (y no propiamente por el agua de la lavadora), con un cepillo de dientes azarosamente guardado al lado de las Havaianas y con tentáculos de bikinis de todos los colores enredados en un puñado de calzones tipo "hace rato no invierto en Lingerie".

En fin, si alguien, tan valiente como Bárbara Blade (eso de rasurarse las axilas con un cuchillo es lo más valiente que he visto en mucho tiempo) lograra atravesar victorioso el hoyo negro y llegar hasta el fondo de mi BackPack, encontraría postales. Sí, hallaría una postal por cada ciudad que visité en esos 18 días de sofoco, asombro e imprudencias tropicales.

Durante los días que siguen les compartiré lo escrito en dichas postales. Por ahora comienzo con la de Madrid, que fue la primera en salir entre las tinieblas de mi Back Pack.
Espero prontamente poder desenterrar las de Sevilla, Barcelona, París y Venecia para publicarlas aquí.

***

POSTAL # 1



Madrid, Julio 5 de 2010.


Mami, te escribo desde Madrid recordando esos pocos días del verano de 2005, en los que revoloteamos juntas por todos los almacenes de la Gran Vía sin nada más en nuestras cabezas que el shopping. ¿Recuerdas que reemplazamos la visita al Museo del Prado por una correría entre Zara, H&M, Mango y Pimkie?... ¡menos mal nunca se lo contamos a nadie! siempre quedará entre nosotras nuestro profundo desinterés por "Las Meninas" y "El Jardín de las Delicias" y nuestra enfermiza obsesión por los "little black dresses".

Te escribo desde la terraza del círculo de Bellas Artes, mientras me tomo un té helado y me empaco una tarta de frambuesas (tu sabes lo que cuesta encontrar frambuesas en Bogotá).

Al respaldo de esta postal verás una foto de Iker Casillas, el arquero de la selección española de Fútbol, campeona de la copa mundial. Traté de buscar una postal con la foto del Príncipe Felipe, al que tanto le dedicas tus afectos, pero desde que salieron campeones aquí no se habla de otra cosa que no sea fútbol. A propósito, el otro día fuimos a ver la semifinal del mundial a un bar y en verdad nuestra diversión no corrió por cuenta del partido, sino por cuenta de los cánticos de la barra, que rezaban algo así como "¡¡¡¡A por ellos, A por ellos!!!", estos españoles... parecían una zarta de quijotines a punto de irse lanza en ristre contra el mundo.
¿Sabes? A veces me extraña oírlos hablar, la primera vez que oí a alguien decir "la calor", pensé que tal vez se había colado a mi lado un compatriota Ceretiano, o Momposino, ¡pero no! era sólo una mujerona andaluza (igualita a la tía Marina) quejándose de los 40 grados de temperatura y para rematar luego dijo "espera aquí maja, que voy a por el pan"... ya sabía yo que no era gratis lo de "¡A por ellos!".

Como en este paseo nadie me ha acolitado la vagabundería y el despilfarro esta vez me puse la camiseta del buen turista y visité cuanto museo y monumento había. Te digo que no entendí ni un carajo de todo el movimiento de arte contemporáneo que ví en el Museo Reina Sofía, tal vez mi capacidad de percepción se fue congelando poco a poco gracias al aire acondicionado, hasta que se hizo hielo y se bloqueó por completo. Mami, te juro que traté de interesarme por las toneladas de cemento milenario, por Cibeles, por Neptuno, por el palacio real, por la ópera, por el templo de Debod, por la puerta de alcalá; pero de nuevo no pude evitarlo, lo que más me gustó de madrid -aparte del tintico de verano- fue el H&M de 3 pisos, que se despliega a manera de mansión con escaleras acaracoladas sobre la soleada acera de la Gran Vía... ¡No puedes negar que soy tu hija!
Ah bueno, y no puedo dejar por fuera a Ricardos´s (no está mal escrito, de verdad es así) el bar para solteros y separados de la esquina donde se cruzan Doctor Castello y Lope de Rueda, muy cerca de El Retiro. Ha sido sin duda el mejor sitio en Madrid. Es un bar de esos que huelen más a cigarrillo que la boca de mi profesora de inglés en el colegio, también oscuro, y algo sórdido.

Por lo que puede deducirse, Ricardos´s sirve de escondite para personas solitarias, solteras o separadas, y uno que otro freak. A la vez sirve de válvula de escape para desparramar por un rato sobre las mesas todo eso que es miserable en la vida.
A lo largo de una enorme barra de roble se oye la ginebra caer sobre los vasos y las palabras ruedan secas hasta perderse en el ruido de muchas bocas que aún estando acompañadas, parecieran siempre hablar a solas. Ricardos´s sería el escenario perfecto para uno de esos maravillosos cuentos de Bolaño o para una película de esas que pasan por The Film Zone.

Mami, no me vayas a montar cantaleta, pero no he comido muy bien. La verdad los montaditos y las tapas no han hecho más que producirme arcadas y el jamón de pata negra...mejor no te digo a qué me sabe. Así que si me encuentras más gorda cuando llegue seguramente será culpa de Burger King.

Ya aprendí a despedirme como los madrileños, así que te dejo con un HASTA LUOOGGGOO (que se pronuncia como si te estuvieras tragando tu propia lengua).

Espera más noticias desde París.

HASTA LUOOGGOOO (me encanta).

P.D: espero que la foto de Iker te guste tanto como a mi.

miércoles, 9 de junio de 2010

Políticamente Incorrecta.



Ahora que se ha puesto de moda hablar de ella, yo lo digo sin verguenza: no sé NADA de política.


Sí, soy brutalmente alérgica a cualquier hebra que se desprenda de esa capa escarlata que cubre los hombros del poder. Cada vez que la vida me hace aterrizar en una conversación sobre política, mi única opción es adoptar un silencio respetuoso hacia quienes parecen hablar con propiedad de la enferma estructura burocrática y por otro lado guardar un silencio más bien burlón, para escuchar a quienes apenas han logrado juntar algunos datos generales con deducciones aleatorias, para aparentar que algo saben del tema. Todo esto debidamente acompañado de "la pose del erudito", disposición corporal que incluye una mano acariciando la quijada y un entrecerrar de ojos constante, para que mis interlocutores sientan que -por lo menos- hago el esfuerzo de entender.


Y esque a mí no me alcanza ni para aparentar. De las clases de sociales sólo recuerdo el tema geográfico, que con sus canciones para memorizar países y capitales se robaba toda mi atención, dejando colgadas de un palo seco las ramas legislativas, judiciales y ejecutivas. Yo siempre preferí cantar "Marruecos -Rabat, Argelia -Argel, Tunicia - Túnez" a ritmo de BeetleJuice que preocuparme por cuál rama o arbusto era el que sostenía al presidente.
Nunca dediqué un segundo al tema político, porque siempre estuve muy ocupada haciendo coreografías para el Cutibili Pachá, perfeccionando la correspondencia rosa -de escritorio a escritorio- con mis amigas y maquinando estrategias para hacer que la altura de mi falda pasase desapercibida ante la vista del cuerpo docente. Aquella descabellada vez que intenté ser presidenta de la clase, pensando que ser presidenta equivalía a ser popular, fracasé con ganas en la primera vuelta, y el día que llevaron al colegio al general Maza Márquez a hablar sobre el asesinato de Galán, me quedé dormida en el auditorio.

Pero mi turno al paredón llegó en la universidad, con esa materia obligatoria llamada "Pedagogía Constitucional"...Dios sabe por qué no me hizo senadora. Uno pensaría que un libro escrito para explicar a la prole sus derechos y deberes, sería una lectura fácil de digerir, como la papa, el plátano y el agua de panela, que al ser tan digeribles se han vuelto cosas vitales para "el pueblo". Pero este no es el caso de La Constitución. Creo que al leerla me sentí tan bruta como cuando intenté leer "El péndulo de Focault" y lo único que logré retener fueron vagos residuos de palabras rimbobantes y un dolor de cabeza producto de tanta rigidez. Pues La Constitución fue de todo menos digerible, fue algo así como tratar de procesar una sobrebarriga. Que me perdonen quienes se trasnocharon elaborando La Constitución del 91, yo no dudo de su pericia, pero creo que se pasaron de listos con la retórica legislativa.
Finalmente aprobé la materia, gracias a esa suerte paranormal que me ha acompañado siempre y a unos cuantos parpadeos de más para el profesor, pero mi termómetro de cultura política siguió vaticinando un frío desértico y un vacío abismal.
Si soy buena ciudadana, persona respetuosa de las leyes y miedosa del estado, es porque llevo a cuestas un gran sentido común, porque en mi casa me enseñaron que esta bueno portarse bien y no porque alguna vez haya entendido ese
lifestyle codificado entre parágrafos y númerales.

Así que por estos días de furia electoral vengo sintiéndome marginada, castrada socialmente. Ya que la política ha monopolizado todas las conversaciones, mi propio desinterés me ha enviado a una esquina a guardar silencio y me ha limitado a encargarme de preparar las palomitas de maíz durante los debates entre candidatos. Gracias a mi falta de información, de los debates - de lo que alcanzo a ver antes de babear el cojín- sólo recuerdo los colores de las corbatas, el tedio y los excesos en el maquillaje de los candidatos.

A mí toda esta contienda electoral se me parece a un mito. Y es que siento estar viviendo en carne propia el castigo de Prometeo: un hombre elegido es condenado a permanecer en la cúmbre de una montaña para que ahí un águila le devore las tripas (aunque en este caso sería el cóndor de los andes). Creo que ser presidente de Colombia debería estar en alguno de esos programas del universo Discovery que relatan los oficios más peligrosos, asquerosos y difíciles. No veo mucha diferencia entre gobernar a Colombia y pescar un Cangrejo tipo Centolla entre las tormentosas aguas del gélido océano ártico.


Yo voté en primera vuelta y votaré en la segunda, porque un presidente que sabe elegir a sus poetas es un presidente que sabrá elegir lo mejor para su gente (vaya si son excéntricos mis motivos). Puedo no saber de política, pero sí recuerdo cómo mi mamá me enseñó a elegir a mis maestros. Y sí, un presidente debería ser un gran maestro (propaganda política no pagada, yo también ayudé, yo vine por que quise bla bla bla..)


Hace poco tuve que preguntar qué era "clientelismo", en estos días preguntaré qué carajos son las "arengas" y también, como para no ahogarme en este maremoto electoral comenzaré a preguntar de qué se trata la política...

...vamos a ver si hay alguien que me pueda enseñar en lengua popular.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Reflexiones poco científicas sobre el Síndrome Pre -Menstrual.



"De vez en mes te haces artista,
dejando un cuadro impresionista
debajo del edredón.
De vez en mes con tu acuarela,
pintas girones de ciruela
que van a dar hasta el colchón.
De vez en mes no hay quien te aguante,
y es un pecado estar distante
y otro peor quedarme ahí.
y aunque hay receso obligatorio,
y el cielo se hace un purgatorio
te amo más, de vez en mes."
Ricardo Arjona.

Antes de que puedan pensar lo contrario, debo aclarar que el hecho de citar a Ricardito no significa que sea fan de sus hinchados versos y mucho menos de esa exótica mezcla entre Rambo centroamericano y poeta rehabilitado con la que, increíblemente, logra conquistar a millones de mujeres.
A Ricardito lo he traído a colación por dos razones: la primera, porque su canción es perfecta para ilustrar el tema de hoy y la segunda, porque siento un sarnoso placer cada vez que pienso en un hombre escribiéndole una canción a la menstruación (es una porquería sólo comparable con una Oda al Semen o algo así. ¿Se imaginan lo que podría llegar a decir?). Digamos que el concepto de la menstruación es lindo, pero por Dios, ¡todo lo que se deriva de ella no puede ser objeto de inspiración! Ay Ricardito, qué enfermo, qué entrometido, qué gran sapo eres jesúmariayjosé! Al universo le sobran tus palabras, las mujeres sabemos que no somos cosa apetecible cuando sangramos, así que por favor, no trates de llevar la contraria... y también haz el deber de conseguirte una novia más higiénica, dile que las Kotex también se usan para dormir, así no tienes que seguir delirando sobre colchones manchados.

Por más tentador que rusulte seguir hablando de Arjona, volvamos a lo nuestro.

Para empezar, convengamos que las siglas S.P.M. corresponden al término médico "Síndrome Pre - Menstrual"... ¿lindo no?
Los médicos dicen que cada mes, unos días antes del periodo, las mujeres experimentamos cambios hormonales que nos causan alteraciones en el genio. Todo esto es cierto y aburridamente comprobado. Pero vamos, es claro que lo más divertido del S.P.M. está más cerca de nuestro entendimiento que la química cerebral. Hay que quitarle la bata blanca al asunto para verlo en toda su simpleza, en toda su naturalidad y sobre todo, en toda su malparidez.

Ya que no somos médicos (thank God) aprovechemos para hablar sobre el S.P.M. sin más fundamento que la experiencia.

Como buena hembra atropellada mensualmente por la propia naturaleza, quiero decir que a mí me gusta el S.P.M.
Creo que las mujeres sufrimos mucho tratando de apaciguar la despampanante fiera que nos gobierna, así que cuando la naturaleza da permiso de soltarla y el universo está dispuesto a indultar cada una de sus fechorías, no hay nada más sensato que disfrutarlo.
Es que ser una malparida con licencia se siente demasiado bien, ser insoportable con permiso es en verdad ganarle a la vida.
Es tan bueno, que podemos disparar ráfagas de silencio paralizante, escupir acidez por los poros, bombardear la ciudad con miradas displicentes y ser simplemente hijuemadres al nivel que nos plazca ¿y quién nos va a decir que no?, nadie, ¡tenemos permiso! y aún más que eso, las leyes divinas de no sé qué monte sagrado y las teorías azarosas de la biología dicen que las cosas TIENEN que ser así, que las mujeres somos incondicinalmente malcriadas.

¡Por fin Dios y Darwin se ponen de acuerdo!

Diariamente los hombres (y algunas mujeres freaks of nature que no padecen los síntomas) se empecinan en entender qué carajos nos pasa durante los días del S.P.M. y quieren escuchar razones coherentes que justifiquen nuestras ariscas maneras. Pero encontrar un argumento razonable (diferente de la explicación científica) para la histeria femenina es más inutil aún que los realities de Paris Hilton.
Los hombres se la pasan horas burlándose de nosotras con sus compañeritos de Play Station, y hablan de nuestro extraño comportamiento, dicen no nos entienden; nos dicen bipolares, histéricas, regludas. Y claro, lo más difícil de entender siempre es lo más evidente. Lo que los hombres no entienden de la regla es precisamente que NO HAY NADA QUE ENTENDER.
La naturaleza es tirana queridos hermanos, bajo sus leyes todo funciona PORQUE SÍ.

Si hay algo que moleste a los hombres, es que uno les responda NO SÉ. Pero ¿qué quieren?, que les digamos, "mira, mi vida, es que durante el periodo denominado S.P.M. las hormonas de mi cuerpo se alborotan haciendo que mi genio sea aún más cambiante de lo normal?" Ni en The Big Bang Theory.

¿Cuál es tu problema conmigo? NO SÉ Y PUNTO.

En vez de dar tanta cantaleta los hombres deberían sacar provecho de nuestro S.P.M. Por ejemplo, podrían pedirnos que insultemos al que les rompió el tobillo jugando fútbol, al fin y al cabo el desgraciado no va a pegarle a una mujer. Podrían ponernos al teléfono con el servicio al cliente del operador de cable y tendrían de inmediato el arreglo en la señal, o podrían zafarse de la cita con el urólogo , argumentando que deben cuidar de su novia "indispuesta".

Es cuestión de ver el asunto con otros ojos, no hasta el punto de idolatrar la menstruación como el patético de Ricardito, pero sí hasta el punto de hacer más fácil la cuota mensual de convivencia.

Ya que no soy médica aprovecho para rebautizar el término "Síndrome Pre - Menstrual", quiero revestirlo de carne y hueso, para que se convierta en algo más elemental y respetable:

S
imple y. Pura. Malparidez.

jueves, 22 de abril de 2010

Divagando sobre Nueva York


Para mi escribir es tan sabroso como jalarse las medias después de que el zapato se las ha tragado (a esta edad me sigue pasando), así que con el permiso de ustedes, esta vez me dedicaré a la vaga palabrería, me regalaré como gorda al dulce placer que me produce todo esto, e iré de la cabeza al teclado sin muchos filtros en el medio.


Introducción.


Pensé que mi primera visita a Nueva York me iba a llenar la cabeza de ideas para escribir alguna pataleta, pero en realidad llegué hace 3 semanas y por más que trato de ordenar las palabras no he logrado darle a mis deditos algo sustancioso para teclear.
Lo he consultado con las baldosas del baño mientras hago el number two, lo he buscado entre mis episodios de ansiedad en la madrugada y hasta he leído a Junot Díaz a ver si su héroe, ese chancho-nerd dominicano de New Jersey me sopla la respuesta; pero ni así.

¡Por todos los Starbucks de Manhattan!, ¿será que estoy perdiendo mi habilidad?, ¿será que mi muy cercana independencia (me voy a vivir sola y sí, se siente muy bien escribirlo) está disminuyendo mis niveles de malcriadez y por ende, mi capacidad de fabricar pataletas?

Lo que más me preocupa de toda esta huesuda novela es mi silencio interior.
Creo que tanto ejercicio mental para amansar al kraken que llevo dentro por fin funcionó.
Hace rato que estoy toda serena, así como con esa calma que viene después de un retorcijón; pero creo que debería tratar de darle unas palmaditas a la bestia a ver si me revuelca alguito por allá adentro y me sale de una vez por todas el cuento de Nueva York.

Mientras esto ocurre, me dedicaré a tratar de descomponer en partes esa maldita obra abstracta tipo Pollock, Braque, Kandinsky, que dejó Nueva York en mi cabeza:


Parte uno.
Taladro para los pies, bálsamo para la mente.


El hecho de que no tenga una pataleta para escribir sobre NY, no quiere decir que no haya hecho pataleta en el paseo. Ay Dios... si me hubieran visto.
La verdad es que rompí las pelotas a lo que da, y para honrar mi naturaleza quejumbrosa (en eso me parezco mucho a los argentinos) me dediqué a protestar como presidenta de sindicato contra las largas caminatas turísticas que, por obligación, tuve que dar para cubrir por entero el perímetro de maravillas Newyorkinas.
Sin embargo, mientras mis extremidades inferiores sufrían las inclemencias del eterno caminar y cada paso iba despertando en mi musculatura (si se le puede llamar así a este ripio) las secuelas de toda una vida de malas posturas; mi cabeza nadaba como cisne de cristal en un pozo lleno de mensajes publicitarios, ropa nueva, comida hindú, despreciables mujeres demasiado guapas y bizcochos dolorosamente gays.
Al final una inflamación de rodilla y una lesión menor en el tobillo izquierdo fueron mi coartada para escaparme a retozar como león marino sobre los verdes pastos del Central Park cada vez que podía.


Parte Dos.
Lo único aburrido de Nueva York son los gringos.

Y qué le vamos a hacer... por más amables que sean, no dejan de ser lo menos emocionante de Nueva York. Es que son tan predecibles, su leve trastorno mental está tan televisado, tan visto, tan aprendido a la fuerza.
Si alguna vez hubieran cerrado el portón de inmigración en NY, la ciudad sería como el spaghetti al burro: insípida, desabrida y carente de color.

Durante mis 7 días en NY ví flotar en el aire espesos nubarrones de sabrosura foránea, vi a los dragones orientales exhalando su olor a soya, garabatos japoneses caminando junto a mi, chorros de caribe haciendo transfusión, inyectándose como virus en el cuerpo estadounidense... y toda esa conmoción siempre vino de afuera, de across the seas, de la japonesita que oía hip hop, del hondureño que hacía yoga y de la colombiana que no podía creer sus ojos.
Nunca algo de eso vino de los gringos; de ellos sólo tuve la sensación de que no eran nada nuevo, su acento siempre me fue familiar, su comida ya la había comido, su música ya la había escuchado y de su humor yo ya me había reído.

NY fue algo así como pasearse por una feria mundial. Nunca tuve que hacer sellar mi pasaporte para ver a un italiano atender con fervor su restaurante, ni para consentir al perrito de un coreano en una tienda budista y tampoco para bailar al ritmo de una tumbadora en pleno muelle de Coney Island.

A nivel meramente conceptual, NY no se aleja mucho de aquella atracción mecánica de Magic Kingdom, en la que uno viaja en un barquito mientras, por todos lados, salen a saludar Chukis vestidos con ropas de todos los países del mundo cantando Its a small world after all.


Parte Tres.
WTF?

De NY hubo muchas cosas que se quedaron por fuera de mi entendimiento, cosas que me fue difícil comprender.
Digamos que yo me hago la muy globalizada, pero en verdad no lo soy tanto; todavía soy muy de monte adentro, una amañada del tercer planeta, y entrar a la nave madre del primer mundo me causó, en contra de todos los pronósticos y casi por reflejo natural, un apego anormal a mis ideas tercermundistas.
Digamos que cuando me vi más allá de las compuertas, rodeada por todo ese montaje extraterrestre del primer mundo, lo único que supe hacer fue agarrarme como sanguijuela a mi terreno firme, a mis primitivas concepciones de la vida.

Mientras caía en cuenta de que la letra "E" era para "Elevator" y no para la línea "E" del metro que yo esperaba hacía más de media hora, mi cabeza comenzó a parecer un calabozo donde las preguntas, asinadas, parecían no encontrar la salida:

¿Por qué un martes a las 2 de la tarde el Central Park está repleto de familias enteras en actitud de domingo feliz?, ¿es que la gente aquí no trabaja?, ¿cómo así que trabajan por horas?, ¿cada uno es dueño de su tiempo?, ¿qué significa eso?, ¿por qué un lunes en la noche los bares están tan llenos de borrachos como los viernes?, ¿que aquí alcanza la plata para salir todos los días?, ¿ y por qué nos toca caminar tanto para agarrar el bus?, ¿como así que el bus sólo sube pasajeros en los paraderos?, ¿cómo así que puedo pagar el bus con la misma tarjeta del metro?, ¿y por qué en el metro los vendedores venden M&M´s® en vez de BaBaDeCaracol´s®?, ¿y cómo así que el metro pasa por debajo del mar?, ¿y por qué me siento como una hormiga?, ¿cuánta gente podrá trabajar en semejante barbaridad de edificio?, ¿el Brooklyn Bridge se balancea o es mi impresión?, ¿que uno se puede vestir como se le da la gana?, ¿que aquí a nadie le importa nada?, ¿esto es Nueva York?...

¿What the fuck?


Parte cuatro (y última, por amor a Dios).
Conclusiones primaverales.

Después de toda esta necedad y hasta una próxima visita, de Nueva York solo podré decir que para mi fue Absolutamente Increíble, odiosamente gigante, tan poco gringa, tan atrevidamente mundial, una desgracia inevitable para mi bolsillo, una visión tibia en primavera, un lugar de violentos recibimientos y muy nostálgicas despedidas.
NY da alas, a los turistas, a las compradoras compulsivas, a la genética de las ratas callejeras, a los trastornos de personalidad, a los vaqueros nudistas y a los gorditos de la panza.

De NY no pude escribir algo coherente, porque no es una ciudad razonable, ni adivinable, ni memorizable.
...


Agradecimientos:

No puedo dejar pasar esta oportunidad (léase en acento de Grammy, Oscar, o Billboard) sin agradecer a mi anfitriona en NY, una princesa de quien acostumbro decir "es mi mejor amiga". Tengo que dar las gracias a esa mamacita de patas largas por haberme soportado durante 7 días, por ser vegetariana y haberme evitado los perros calientes de la calle y las grasosas pizzas de 1 dolar, y porque, a pesar de mi pereza caribeña, tuvo mucho éxito en su intento de regalarme unos días completamente felices, mientras nos dejábamos caer hondo en nuestra iniciación a la primavera de Nueva York.

martes, 16 de marzo de 2010

La poca maña de Juanito Alimaña.


"La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes como no, ya no hay quien salga loco de contento, donde quiera te espera lo peor" Juanito Alimaña, por Hector Lavoe.

**

En estos días de encaminada decadencia, hasta los ladrones se están perrateando.
(Para mis "foreign readers", perratear significa en jerga colombiana, restar valor a una cosa y abaratarla volviéndola objeto popular.
Por ejemplo, Mrs. Britney Spears perrateaba canciones cuando las sacaba de su contexto y las volvía material para sus fans, como cuando se atrevió a interpretar esa gatuna y relamida versión de "Satisfaction" de los Rolling Stones).


Pero para no ahondar mucho más en cuestiones de jerga, sigamos con lo nuestro: El trabajo del ladrón se está perrateando.
¿A dónde se han ido esos ladrones ambiciosos, capaces de cavar kilométricos túneles como topos, buscando botines de millones de dólares?, caramba esque la mediocridad en este pueblo ha llegado a impregnar con sus perezosas manazas hasta los oficios más exigentes...

Ahora, la mayoría de ladrones se conforman con muy poco.

En un país donde todo el que no es rico, es pobre (porque la clase media es sólo una alucinación producida por sobredosis de horas laborales), son millones los que se enrolan en las atestadas filas de la vagabundería y el hurto calificado. Así, con las plazas agotadas, el negocio de los ladrones es cada día más particular.
Ya que los cupos en las organizaciones de ladrones serios están agotados, y ya que en el congreso y en la cámara no quedan más puestos para ladrones encorbatados; el resto de afanadores tiene que conformarse con lo que obtienen de las carteras, los morrales y los bolsillos de los desprevenidos transeúntes. Qué vida triste.

Aunque aquí le enseñen a uno a ser prevenido desde los 5 años (no le quites los ojos de encima a la lonchera en el recreo), la sobre-oferta de ladrones ha llevado a que ellos mismos se las ingenien de cualquier manera para poder robar. Lo que da risa, es que a la mayoría les sale el tiro por la culata, y para la muestra unos cuantos botones:

Una vez, cuando tenía como 19 añitos me fui a escuchar reggae a un antro subterráneo y sudoroso de Chapinero y claro, unos tipos me enmelocotaron invitándome a bailar para robarme la cartera, que estaba encima de una mesa. Lo que estos amigos de lo ajeno no sabían, esque ese día una amiga me había prestado plata para salir, porque en mi billetera sólo había una oxidada moneda de 100 pesos, es decir, yo estaba más pobre que los ladrones, a quienes recuerdo haber visto comprando cerveza (a mi ni siquiera me alcanzaba esa noche para una coca - cola).
Una vez se me pasó el mal genio, duré horas riéndome y pensando qué harían esos pobres ladrones con el contenido de mi cartera: un paquete de tampones, una billetera repleta de souvenirs de los metros europeos, fotos tipo pasaporte de mis amigos en sus mejores años de pubertad y un libro de Baudrillard que no entendía ni yo.
Espero que después de robarme la hayan pasado bien tratando de leer "el génesis en trampantojo" y que se hayan comprado al menos una menta con la monedita de cien pesos.

...

Hace unas noches subimos al carro de mi novio luego de estar en el gimnasio y pronto notamos que su maleta había desaparecido. Sí, adentro de un parqueadero privado, alguien había violentado la chapita del carro y había sacado la maleta. Vaya artimaña.
Lo que aquel ladrón no sabía, era que mi novio había sacado el celular, el Ipod y la billetera para llevarlos al gimnasio; lo que reducía el contenido de la maleta a una carpeta llena de partituras de música en portugués, un no tan buen libro de Edgar Allan Poe, un kit de marcadores para tablero blanco y un cuaderno con apuntes sobre armonía, gramática y teoría musical.
Despúes de consolar el disgusto, pasamos un buen rato imaginando qué carajos haría el ladrón con todo eso. Ojalá haya aprendido, por lo menos, a cantar la Garota de Ipanema.

...

Hace más de un año, en una congestionada tarde de enero, me encontraba yo andando por la calle como cucaracha en plaza de mercado, feliz, desempleada, masticando mamoncillo y escuchando al buen Rubén Blades en mis audífonos. Depronto frené el paso en una esquina para esperar a que cambiara el semáforo y en cuestión de segundos sentí que algo me salpicaba por detrás. Miré al cielo esperando que fueran gotas de lluvia, pero antes de bajar la cabeza una señora a mi lado ya estaba diciendo " ay mamita la vomitaron"...
...maldita sea...
...díganme que no es cierto...

Pero lo era, alguien me había vomitado y yo estaba parada en medio de la calle, con mi ultrajada humanidad llena de un menjurje ajeno, que olía y se veía como el vomito de alguien que había almorzado arroz con pollo, siendo el lugar común del asco y el motivo de repugnancia universal. En medio de mi confusión dos señoras muy "amables" me ayudaron a quitarme el abrigo y a limpiar la cartera, pero lo que yo no sabía es que mientras me atendían, ese par de bandidas me estaban sacando el Ipod del bolsillo.
Despúes de bañarme 3 veces seguidas, y de llorar hasta secar la última gota de humillación pensé: qué medicridad, si se tomaron el trabajo de vomitarme (por lo que supe después, es un vómito sintético, cuidadosamente fabricado con restos de comida y pegante) y si le metieron platica a la mezcla, por lo menos hubieran hecho el esfuerzo de sacarme más cosas de la cartera. Vamos, vomitar a la gente para sobrevivir merece un mejor resultado.
Ojalá las toneladas de jazz que tenía en el Ipod les hayan servido para aburrirse MUCHO. Desgraciados.
...

Tengo muchos otros botones que pegar a este retazo de hurtos, pero no quiero alargarme más. Sólo me queda pedir al gobierno que, ya que la delincuencia se está convirtiendo en un oficio más, se haga algo para mantener los estándares de calidad en el trabajo de los ladrones. Así las cárceles se llenarían sólo con delicuentes de verdad, de esos que hacen robos de película y no se sobre- poblarían con esa manada de mediocres que encarcelan por robarse un pinche celular. Si vamos a aguantar puñaladas, dosis de burundanga y cuchillazos, que no sea por unas pobres monedas que llevamos en el bolsillo. Si nos van a matar que no sea por mil pesos, no señor, nuestra vida vale mucho, pero mucho más.

Si estamos condenados a vivir entre delincuentes, ¡Porfavor, que alguien le enseñe a los ladrones a robar!

miércoles, 3 de marzo de 2010

Romance para el transporte público.

Hace rato quería dedicarle unos versos románticos al transporte público de Bogotá, pero no había encontrado el momento perfecto para sacar de mi todos esos sentimientos que afloraron (y terminaron cavando úlceras) en mi existencia, desde que la vida y la ubicación geográfica de mi casa me obligaron a viajar diariamente en buses ejecutivos, busetas y colectivos.

Pero ya que el paro de transportadores nos tiene hace tres días regresando a pie a casa y pensando más de lo necesario en los buses, aprovecho para tirar mi propia piedra en esta manifestación (si en vez de una piedra, pudiera lanzar una Molotov, estaría muy, pero muy satisfecha).

Cuando apenas era una universitaria no tenía mayor problema con los buses. De hecho mi prematuro, e iluso intento por encontrar belleza en la horripilancia me hacía pensar que esas mulas oxidadas tenían un pequeño encanto. Creo que intentaba pensar como esa manada de artistas idiotas que de un tiempo para acá decidieron que las busetas, las estampitas del divino niño y la virgen del carmen tenían que pasar de las calientes esquinas de la ciudad a las heladas paredes de los museos...claro la pobre cultura popular obligada a vestirse de gala. Cosa más horrible.
En fin, en mis primeros semestres, mi adolescente tendencia a lo "hippie" me llevó durante mucho tiempo a aceptar con un dejo de entusiasmo esos viajes en bus que duraban una hora de ida y otra de vuelta hasta mi casa. Claro, si en esa época llevaba mochila indígena y usaba esos pantalones que se ponen los cuenteros (que el infierno haga de las suyas con ellos); lo más acorde con mi woodstockiana vida era tolerar el viaje en bus como mi momento más pueblerino del día, como mi roce con la mugrienta realidad y con el infortunio de quienes no tienen para comprarse ni un Renault 4.
A los 18 años era muy fácil pensar que viajar en bus redimiría todos los pecados elitistas que cometí durante 13 años metida en un elegante colegio para niñas. Claro, si eres una hija de papi, requete - consentida y malcriada, pero montas en bus ejecutivo todos los días, estás perdonada. Como dicen los fieles, "El que peca y reza empata"... por todos los cielos, qué sandeces andaba pensando.

Pobre de mi. Y es que después de haber pasado toda mi infancia respirando agua de rosas en la burbuja de la alta sociedad, fue algo fuerte lo que sentí el primer día que me monté a un bus y una lata oxidada y fuera de su lugar me rasgó medio brazo en el primer frenón (afortunadamente me había vacunado contra el tétano). Bajo mi -todavía positivo- pensamiento, esto era mucho más emocionante que ver a las culicagadas de pre - escolar pegando los mocos debajo de la silla en la ruta del colegio.
Así pasé toda mi vida universitaria, viajando en destartalados buses en los que el exosto exhalaba hacia adentro. Hipnotizada (y muy mareada) por el perfume de mis vecinas de asiento, iba y venía sumida en cualquiera que fuese el cd en mi Discman®, tarareando eternamente con mis dedos a Mongo Santamaría, a Ray Barreto y al necio del Willie Colón.

Sin embargo, con los años mis maneras hippies se fueron extinguiendo casi hasta desaparecer, y ahora que no voy a la universidad sino a la oficina, me he dado cuenta de cuán martirizantes eran en realidad (y siguen siendo) mis travesías en bus por las caudalosas (sobretodo cuando llueve) avenidas bogotanas.
A mis 25 años la vida se ha encargado de darme las puñeteras necesarias como para disminuir significativamente mi grado de tolerancia hacia esas cosas que atentan contra mi tranquilidad (carajo, a esta edad ya uno no se preocupa por encontrar la felicidad, sino por conservar la pocos milímetros que quedan de tranquilidad, qué chochera).
El caso es que el transporte urbano no sólo atenta contra mi paz interior, sino que atenta contra mi vida entera y ahora no puedo hacer más que odiarlo, no un poquito, sino con todas mis fuerzas.

Para empezar está la cuestión del clima. Así llueva, truene, relampaguee o haga un solazo de pacotilla, el clima adentro de una buseta siempre está más caliente que afuera... bueno, en verdad es una temperatura tibia, lo que significa: fría pero recalentada a la fuerza por el aliento de tantos cuerpos juntos. Cuando esta tibieza se riega por entre las bancas y empaña los vidrios, lo apenas lógico es que se abrieran las ventanas para renovar el aire, pero NO, parece que los bogotanos disfrutaran como zarigueyas recién nacidas, de ese aire de mamífero reposado. Nadie abre las ventanas y el bus siempre huele a gente recién salida de la cama. (cuando hay bebés a bordo huele a sábana con vomitico).

Por otro lado están los conductores, si es que se les puede llamar así.
Siendo todos pilotos de Ralley en potencia, han desarrollado una habilidad especial con el timón y es, girarlo como si fuera timón de velero. Es como ir esquivando un maremoto, lo cual hace que mantenerse en pie (porque la mayoría de las veces se viaja de pie) sea una difícil tarea, algo así como tratar de surfear en inmensas olas. Lo malo es que en el bus no hay olas sino mucha gente, lo que significa que los brazos, piernas y cabelleras se conviertan en tentativos sitios de agarre para evitar una posible caída (me he ganado varios insultos por usar a otros pasajeros como agarradera).
Los conductores de bus en bogotá deberían juntarse para audicionar al Cirque Du Soleil, al fin y al cabo la maroma de manejar un colectivo, recibir el dinero de los pasajeros y sintonizar la emisora de vallenatos al tiempo es, además de una riesgosa payasada, un acto digno de ser presentado en cualquier circo. Si esto falla podrían aprovechar su gran talento en la riña callejera (del cual les gusta alardear en frente de sus pasajeros), y audicionar en la modalidad "libre" de la World Wrestling Federation, esa en la que se permite integrar a la lucha libre elementos como crucetas, gatos o el kit de carreteras entero.

De los vendedores ambulantes que trabajan en los buses no diré mucho por respeto a la humanidad. Ya que todos cuentan la misma historia: la de la esposa enferma, la de la familia desplazada, la de la madre adolescente; y como cada cuento me parece más bullshit que el otro, he optado por darle monedas sólo a aquellos que logren cambiarme la expresión a "sad mode" con un despliegue actoral de padre y señor nuestro.

No soy una persona justa, lo sé.

Pero es que simplemente detesto andar en bus, porque los ayudantes de los conductores me morbosean a diario, porque en cada tubo del que me agarro pueden estar sembradas todas las cepas del virus porcino, del herpes y quien sabe qué otras cosas, porque los niños siempre babean las sillas, porque los choferes me llevan como quien arrea vacas al establo, porque me toca rozar mis tiernitas carnes contra los opulentos miembros de otros hombres y mujeres, porque me han visto la cara de idiota robándome ipods y celulares en mis narices, porque una vez me encontré olvidado debajo de mi asiento, un frasco de vidrio donde yacía enrollada una culebra en formol.

Por mi que se acabe el paro, porque esta ciudad está a punto de servir de escenario para cualquier película apocalíptica, pero en lo que respecta a los buses, que no vuelvan a salir nunca más, que los chatarrizen a todos, que hagan un nuevo centro comcercial en el sur con todas esas latas oxidadas y que pongan a los conductores en el valet parking.

(repito, no soy una persona justa...lo sé).









miércoles, 10 de febrero de 2010

El mundo cabe entre mi cartera.


Novio (de mal genio) dice: "¡Tú por qué no contestas el celular!"
Novia (resignada) responde: "Es que no lo encontré en la cartera"

A esto, el novio/marido/juguete de turno, siempre responde con una marejada de acusaciones en contra de la cartera. Según ellos, ese gran bolso es el culpable del hoyo negro en la comunicación conyugal y además es el responsable directo de las demoras en cualquier diligencia que ivolucre una billetera, unas gafas, un pañuelo, o en el peor de los casos un condón (para esos oficios es mejor tener siempre los útiles a la mano).

Los hombres parecen experimentar una clase de karma cada vez que deben esperar a que su mujer encuentre algo en su enorme cartera. Es una verdadera prueba de paciencia en la batalla sexual que libran la practicidad (de los hombres) y el lujo del detalle (de las mujeres).

Es injusto que un hombre que creció soñando con el Gato Félix y su mágica cartera amarilla, ahora se dedique a torcer los ojos cada vez que a su mujer se le refunden las llaves entre el bolso. Pero bueno, creo que ya todas estamos acostumbradas a soportar ese hálito de toro embanderillado que los tipos exhalan cuando hacemos mariposear nuestras angustiadas manos para buscar algo adentro de la cartera.

Haciendo gala de nuestra naturaleza, las mujeres que usamos carteras grandes vamos por la tierra como una nueva generación de Mary Poppins, irrigando con nuestra feminidad hasta las canaletas más podridas de este mundo y cargando bajo el brazo una afirmación, un

"sí, soy complicada ¡y qué!"


Pero veamos de una vez por todas, qué carajos es lo que hay adentro de las carteras.
Sí, démosle un batazo a la caja de pandora y dejemos que vayan apareciendo en su máximo esplendor, todos y cada uno de esos secretos que las mujeres guardamos en nuestras madrigueras portátiles.

Sépase que:

Una gran cartera es una versión reducida en espacio de una miscelánea de barrio. Allí se pueden encontrar desde versiones muy "chick" de botiquines, hasta toda clase de corotos en sus versiones "mini": mini cepillo de dientes, mini crema de manos, mini tarro de Listerine, mini dosis de Calvin Klein, mini dosis de Jack Daniels, mini hash pipes, mini vibradores, etc. Todo esto está guardado en pequeñas constelaciones de carteritas de todos los tamaños, colores y texturas, que flotan en un universo paralelo llamado el "Por si acaso", que funciona así:

"Por si acaso" se me acaba el chap stick, guardo un pote de crema de caléndula y otra barra de labial medicado para labios con extrema resequedad, por si acaso el frio comienza a hacer de las suyas en algún momento del día. Pero por si acaso me sale al paso un evento nocturno no identificado, cargo labiales suficientes para pintorretearle los labios a todas mis versiones: rojo cereza para mi Yo puta, rosa pálido para mi Yo morronga y por supuesto, carmín oscuro para mi Yo vampira, que de vez en cuando chilla para poder salir. Por si acaso me llega la regla antes de tiempo, guardo en otra carterita un número razonable de tampones (por razonable entiéndase: los suficientes para surtir a mis amigas cuando estén en problemas), llevo unos gruesos para los primeros días, otros más delgados para la última etapa y toallitas de todos los tamaños, porque hay que tener en cuenta todas formas de calzón, el de abuelita, la tanga brasilera, el boxer y el bombacho. Además, para agrupar en una sola carterita lo que concierne al área vaginal, llevo las pastillas anticonceptivas, por si acaso estoy fuera de casa a la hora de la toma. Y por si acaso estoy de suerte, guardo ahí uno o dos condones (si guardo tres ya van a pensar que tengo problemas para cerrar las paticas), en caso de soltería tienden a ser usados, pero si la cuestión es de vida en pareja, se convierten más en babosos recuerdos de viejas correrías. Por si acaso me da cólico, o dolor de cabeza, guardo pastillas en otra carterita, también cargo las pepas para las alergias, por si acaso me topo con algún agente que haga reaccionar exageradamente mis defensas, y por si acaso me da el ataque de asma meto las goticas del homeópata, el inhalador y además un tarro de lárgimas naturales. Por si acaso me quedo sin compañía al almuerzo, cargo en la cartera el libro que estoy leyendo, pero por si acaso se me acaba antes de que me sirvan la sopa, cargo la revista de moda que me robé de la peluquería. Para leer cargo mis gafas para el astigmatismo, pero por si sale el sol cargo las gafas oscuras, pero por si acaso mi atuendo no coordina con el color negro de las gafas, cargo unas de carey, que van con cualquier color.
Por si acaso cargo las llaves de mi casa, junto a las del carro, las de el baño de la oficina y las del locker del gimnasio, con un ruidoso llavero repleto de colgandejos para encontrarlas fácilmente. Por si acaso cargo mi billetera, pero también un monedero para meter las monedas para el bus, también cargo un cuaderno para anotaciones serias y una liberta más pequeña y florida para anotaciones que requieran rapidez, como direcciones o teléfonos. En cuanto a los lápices, cargo un bolígrafo elegante, por si acaso tengo reunión en la oficina y otro más barato cuya pérdida nunca será una pena. Celular, ipod, GPS, Pepper Spray y todos los demás mini electrodomésticos también tienen sus propias órbitas en esta galaxia.

Ahora ya lo saben... y esto es sólo una pequeña parte.

"Por si acaso" algún día no me vuelven a ver, no se preocupen por mí, seguramente me perdí a mi misma mientras buscaba algo entre mi cartera.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Sala de maternidad

Fotografía de Jan Saudek


Si algún día me animo a traer un niño al mundo, ¿alguien me podría garantizar que no va a hablar con el acento genérico de Discovery Kids, o si es niña, alguien me podría asegurar que no va a querer jugar a imitar a aquellas prostitutas en miniatura llamadas Bratz?

Si alguien me garantizara que mis retoños van a tener por lo menos una posibilidad de ser medianamente cuerdos, sencillos y sobre todo NIÑOS, alguna vez en sus vidas; sacaría sin pensarlo la escoba y barrería de mi cabeza todas las dudas que, con respecto al tema de la maternidad, me atacan últimamente.

Desafortunadamente a los 25, algún botón de esos raros que tiene el cuerpo empieza a prender las alertas. Es como si me dijera "hey, sabes que ese arrumaco de órganos que tienes ahí abajo son algo más que una maquinita de placer" y lo comparto, un aparato tan perfecto de seguro me fue dado junto a alguna de esas misiones a las que me apunté cuando me mandaron a respirar en este mundo.

Pero ultimamente esa conocida misión de ser mamá me causa total desconcierto.

Debo aclarar que soy amante de los bebés, no me importan los mocos, ni el vomitico lechoso, ni el popito aguado. Apenas tengo cerca a una salchichita de esas, hago de todo para tenerla en mis brazos.
Alguna vez, cuando estuve perdida en los laberínticos bosques de la depresión, opté por enrolarme como voluntaria en una fundación de niños huérfanos. Mi tarea diaria era ir a consentir bebés entre los 6 y los 12 meses, cosa que me hizo inmensamente felíz y me ayudó mucho a aliviar esas náuseas que producen los caminos cuando parecen no tener salida.

Así que siempre he sido fan de los muñequitos, pero ahora que empiezo a pensar más objetivamente en este tema, debo confesar que mi futura maternidad podría estar parada en la cuerda floja.
Cada vez que me reúno con mis primas pequeñas y las oigo hablar con ese acento genérico de Discovery Kids digo, "Dios guarde a mis hijos de sucumbir al acento castellano de Lazy Town" y es que es tan feo que mis primas no puedan decir simplemente "Lina, ven a jugar con nosotras" y en cambio salgan con un "Ven amiga Lina, vamos todas juntas a hacer travesuras".

Me niego.

Me da miedo.

Sí, tengo miedo de traer niños a ESTE mundo. Tengo miedo de que nunca vayan a ser niños, porque después de ver en la tele a los Jonas Brothers o a Miley Cyrus sólo van a querer ser perfectas estrellas del Pop. Tengo miedo, porque si trato de enseñarles a disfrutar un libro, a practicar algún deporte en vez de jugarlo en el Wii, o si no les quiero comprar un Blackberry a los 10 años, siempre van a ser los loosers de la clase, los retardados, los desinformados, los bobitos. Tengo miedo de que sólo quieran alimentarse de Mc Donalds, de que los diagnostiquen desde los 5 meses con déficit de atención, de que me los manden al psicólogo desde los 6 años. Tengo miedo de que sufran de stress desde los 8 y de que a los 9 ya sepan encontrar porno en internet. No quiero que pasen más horas con la empleada del servicio que conmigo.

Ya sé que puedo moldear sus cabecitas para que sean todo eso que yo catalogo como "bueno", pero tengo miedo de no poderlos proteger contra este mundo, que con todo su ímpetu convierte ese "bueno" en "bobo".
Yo quiero niños sucios, mocosos, reales, necios y por sobre todas las cosas INOCENTES, pero me desanima saber que esa palabra ya no existe ni en las sopas de letras y ha sido extraída de todas las dietas infantiles.

...Bueno...Apenas tengo 25, así que dada la pesadez del tema (y para no asustar a nadie), dejaré esta encrucijada inconclusa, pondré la cuestión en manos de algún tribunal divino y me dedicaré a disfrutar plenamente de estos años de salarios libres de rentas y facturas, de responsabilidades superficiales y de relaciones sin pañales.

Creo que por ahora seguiré tomándome juiciosa la pastillita.

miércoles, 27 de enero de 2010

De mis fiestas patronales.




Ultimamente se me anda saliendo el pueblo por los poros.


...Aunque no siempre fue así...

Cuando estaba chiquita siempre me avergonzó no haber nacido en Bogotá como todas las niñas con las que estudié en el colegio; me avergonzaba haber nacido en un pueblo cuyo nombre nadie había escuchado antes y sobre todo me apenaba tremendamente que mis amigas se burlaran de mi cuando me oían hablar por teléfono en mi mejor acento costeño/sabanero con mi empleada del servicio quien, por supuesto, es de un pueblo vecino al mío.

Cada vez que alguien me preguntaba dónde nací, yo vacilaba un poco antes de dar la respuesta, pequeñas gotas de sudor me inundaban las palmas de las manos y entre sonidos guturales lo escupía finalmente: "yo nací en Cereté"...

A esto siempre seguía un ¿¿¿¿¿¿¿ dóóóóóóóndddeee?????? que calaba en mi cerebro con todos sus ecos y retumbaba en mi pendeja reputación como un letal campanazo.
Acto seguido me ponía siempre en la tarea de explicar con lujo de detalles la ubicación geográfica, piso térmico, altura sobre el nivel del mar y particularidades culturales de mi tierra natal, lo que se traducía en: es el segundo pueblo más grande y próspero (esto último se dice sólo por amor) del departamento de Córdoba, con una temperatura promedio de 35º a la sombra, dependiente de la ganadería y la agricultura, y por supuesto, tierra de corralejas y porros sabaneros, de vallenato endemoniado y mujeres carnuditas (cabe aclarar que, en la sociedad en la que me crié, la idea de un porro sabanero resultaba igual o más exótica y suscitaba aún más preguntas, que el mismo nombre de mi tierra).
Después con elevados aires de poetisa afirmaba: "Cereté tiene mucho de Macondo y Macondo tiene mucho de Cereté".

Yo no nací en Cereté por casualidad, ni por cosas del destino, sino porque así debía ser. Toda mi consanguinidad materna pertenece a esas tierras sabaneras.
No sé por qué a mis padres les pareció un buen plan irse a vivir a un pueblo (después de haber vivido todas sus vidas en ciudades) y parirme allá. Los avances de la ciencia cereteana fueron los responsables de que yo haya nacido con un día de atraso y de que el primer tramo de la cesárea se haya trazado en la panza de mi santa madre sin una gota de anestesia.

Toda mi infancia estuve avergonzada de mis raíces, pero gracias a que crecí en Bogotá pude disimular mi naturaleza pueblerina y penetrar con naturalidad en todos los círculos sociales. Mi figura lánguida, ojerosa y mi falta de carnes, me ayudaron a parecer oriunda de cualquier otro lugar. Aprendí a hablar como todas las niñas "bien" de la ciudad, y adopté con destreza todos los ademanes y gestos de alguien que nació en la Clínica del Country.

Sin embargo bastaba con entrar por la puerta de mi casa para darse cuenta de mis coloquiales costumbres, empezando por la Kola Román como única bebida en la mesa, el arroz con pollo servido con un banano recién pelado, la chicha de corozo en la nevera, los bollos de maíz, las galletas de pueblo (de limón), la pulpa de tamarindo y todas las encomiendas que generosamente enviaban mis parientes desde Cereté.

Pero fue sólo hasta hace unos años que logré quitarme esa tremenda idiotez de encima. A medida que pasó el tiempo logré despojarme de ese complejo tan imbécil con el que me crié.
Aunque mis caderas nunca se ensancharon como las de las costeñas, mis boobies no crecieron jugosas y encerradas en ropa apretada, y aunque todavía prefiero el silicio antes de ir a un concierto de vallenatos; ahora sé que la dosis de pueblo que viaja por mis venas puede resultarme muy útil si la dejo correr con cautela por mi vida. Es cuestión de sacarle el provecho necesario, explotar eso de la malicia, sentir placer en el sofoco, soñar con siestas milenarias, hacer del mecedor un trono y del abanico el mejor de los amigos.

Carajo, qué lindo.


La próxima vez que alguien me pregunte dónde nací, lo diré con cojones, recitaré un verso de mi paisano Gómez Jattin y cantaré esa canción de Lisandro Mesa que dice:

"Con un guayabo llegué a la Yé, emparrandado a Sahagún yo entré y las muchachas como lloraban, cuando me fui para Cereté".



lunes, 18 de enero de 2010

La venganza de los Nerds "Reloaded"


No suelo dar muchas quejas con respecto a la moda, porque generalmente voy flotando en sus tibias corrientes, untándome de cuanta cosa sale nueva y cambiando mi armario a la velocidad con la que cambia el ímpetu de los diseñadores.
Sin embargo, hace unos meses, mientras disfrutaba de mi plácido viaje río abajo, me tropecé con una bandada de "gafufos" que por poco me hacen salir huyendo de las aguas plateadas para nunca más bañarme en ellas.
Al principio creí que eran sólo una manada de nerds sueltos de madrina, que se multiplicaban como conejos bailando en las discotecas con sus enormes gafas de marco negro. Me pregunté si serían discípulos de Woody Allen, o tal vez de Le Corbusier, así justificaría el origen de esos inmensos lentes, con un argumento razonable (no me pareció tan descabellado pensar que alguien rinda homenaje a otra persona usando sus mismas gafas. Al fin y al cabo todos los mamertos de la universidad pública siempre han rendido homenaje a Lennon usando esas gafas perfectamente redonditas) pero no encontré justificación para semejante payasada.

Lo que pasa es que no entiendo este nuevo concepto de nerds - basura, es decir todos los bobitos y pendejitas que usan estas gafas andan vomitando aguardiente en cada esquina, moviéndose como rockstars en las mejores discotecas y claramente, ninguno pertenece a algún club de álegbra o ajedrez.
También los hay middle age: los gafufos más creciditos generalmente pertenecen a ese odioso gremio de fotógrafos, "artistas" y figurines colombianos que con poca humildad y mucha arrogancia se riegan en prosas "conceptuales" para hacerse notar. Me pregunto si a través de semejantes gafas estos personajes no alcanzan a ver que quienes hacen arte de verdad, son los que menos se visten como artistas. (esto lo leí en algún lado, estoy parafraseando una idea que me encantó).

Además de causarme repelencia, debo aceptar que me divierte en cierto grado malicioso ver a esos gafufos re flacos que se ahorcan abotonándose la camisa hasta el cuello y usando esas corbatitas como las del cantante de The Killers (sólo a él se las perdono, no por buen cantante, sino por churrote), bailando a sus anchas, orgullosos de llevar las gafas que robaron a sus abuelos. Y aún más divertido es ver a las niñas gafufas que seducen a cualquiera mirando por encima del marco, haciéndose las torpes, torciendo los pies cuando les toman fotos. Pareciera que tuvieran su propio manual de seducción, en el que las grandes gafas de marco negro son más efectivas que cualquier labio rojo o escote profundo.

Yo todavía no logro comprender del todo cómo es que pudo haberse propagado tanto esta moda nerd, si en mis tiempos ser gafufo era un motivo de rechazo. Llevar esas grandes gafas de marco negro era símbolo de una pobre vida, que sólo encontraba refugio en los clubs de fans oficiales de Star Trek y en los rincones más oscuros de todas las fiestas, a donde no llegaba ni el sonido de la música. Pero parece que ahora ser nerd es de lo más popular.

El otro día intenté ponerme unas de esas grandes gafas de marco negro, a ver si me hacían lucir como si acabara de ver una maratón de Wong Kar Wai, o como si hubiera estado oyendo Sigur Ros por horas, pero lo único que conseguí fue una versión atontada de mi misma. Me veía total y absolutamente boba.

Creo que eso de ser nerd for free, definitivamente no va conmigo.

miércoles, 6 de enero de 2010

"Su solicitud de visa ha sido denegada"

Ser colombiana nunca me había molestado antes. De hecho desde niña siempre disfruté las bondades de la sangre caribeña, bailando prodigiosamente la cumbia cienaguera en las presentaciones del colegio y desayunando con níspero y zapote todas las mañanas de mis vacaciones.
Ser colombiana me trajo uno que otro admirador durante un summer camp en Toronto, en donde los canadienses me miraban como si fuera un animalito de contrabando y despertó el interés de otros buitres y aves de rapiña cuando viví en Buenos Aires. A mi desorbitado ego le sentaba muy bien la colombianidad.

Pero un día decidí viajar a europa y entonces quise vaciarme las venas para llenarlas con sangre de otro país.

No entiendo a qué se refieren quienes afirman que la peor desgracia de un colombiano es la violencia y de ahí todo lo que desencadena, que no me voy a poner a repetir aquí. No lo entiendo, porque hace poco me dí cuenta que la peor desgracia de un colombiano es tener que pedir una visa (sólo hay 15 países en el mundo que no exigen visa a los colombianos)

Decidí pedir una visa Schenguen por intermedio del consulado Español. GRAVE ERROR.
Es mi castigo por leer el periódico sólo cuando me ataca la aburrición. Si lo leyera a diario sabría que más de la mitad de los colombianos que logran ir a España son incubadores de todo tipo de delitos y malas mañas.
Así que llegué al consulado Español en Bogotá, con una atadura de nudos en el cuello gracias a todos los papeles que tuve que reunir en pocos días, y me ví rodeada de toda clase de personajes, en su mayoría de esos que se pueden encontrar retratados en los carteles de "Se Busca". Sentí inseguridad, pero había ordenado mis papeles con un cuidado inusual, así que me tranquilicé.

la funcionaria, una española amable pero bastante impaciente, recibió mis papeles, los ojeó y mientras fruncía el ceño, comencé a sospechar que algo andaba mal. Miré a mi novio, a quien la señora interrogaba con malicia acerca de sus viajes a Rusia, y él estaba igual de confundido. (Luego nos reímos de esas preguntas, pensando que lo habrían tildado de físico cuántico o comunista).

La vieja nos miró con un dejo de sobradez y nos pidió que regresáramos en 8 días para conocer el veredicto del consulado.

Durante esos días hice toda clase de ejercicios mentales de esos que me enseñó mi sicólogo para convencerme de que la respuesta sería positiva. De hecho fui muy honesta con mis papeles, declaré mis ingresos, mostré mis cartas laborales y demás exigencias. Estaba hasta orgullosa de mi corta historia bancaria y de toda la plata que ahorré llevando el almuerzo en porta - comidas a la oficina.

A los 8 días volví al consulado español. A medida que ancianitas, delicuentes y puticas recibían sus veredictos, me sudaba la parte de atrás de las rodillas y las dudas bajaban como truenos por mi panza. "Su solicitud de visa ha sido denegada" nos gritó el encargado antes de que pudieramos llegar si quiera a su puesto. Nos recitó nuestros derechos como si nos acabaran de condenar a cadena perpetua y como premio de consolación dejó abierta la oportunidad de apelar.

Apelar mi trasero.

Lo que más me molesta de todo esto, además de haberme quedado sin vacaciones y haber perdido 400 euros en pasajes de Madrid a París y Barcelona; es lo que pensé cuando el gordo del consulado nos rechazó: Quisiera haber nacido en otro país. Qué dolor, hasta ahora mi colombianidad me había hecho ganar muchos puntos, pero esta vez todo fue una gran pérdida. Maldije a mi patria, quise quemar mi bandera, y despotriqué contra ese ancestro, general del ejército español que en las épocas de la colonia vino a parar a esta tierra para regar por toda ella las semillas de mi ascendencia.

Pospuse el viaje para el próximo verano europeo, pero estoy pensando, que en vez de volver a pedir la visa, sería más fácil construir una réplica del navío de la Santa María y atravesar el atlántico a punta de vela, hasta llegar allá.

Al fin y al cabo el papeleo y la marea dan las mismas ganas de vomitar.

martes, 5 de enero de 2010

Contra el Horóscopo

Texto escrito por mí y editado por N. Vallejo para la revista LEVEL.

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Aunque es difícil creerlo, en el mundo hay gente que no sale de casa sin leer el horóscopo. Bueno, existen otros que no salen de casa sin mirar el Weather Channel, pero ese es útil, por lo menos para ahorrarse un gran catarro.

El club de fans y devotos del horóscopo es grande, muy grande.

Más grande que el de las galletas de la fortuna.

Y es que confiarle la suerte a un puñado de estrellas suena hasta más sensato que depositar nuestra poca fe en un Todopoderoso. Para acceder a las revelaciones astrales al menos no hay que darse golpes de pecho ni peregrinar de rodillas por caminos pedregosos. Tampoco hay que pagar mucho –a menos, por supuesto, que se haya caído en las tenazas de Walter Supermercado–: tan solo basta con abrir de par en par el periódico de la mañana, prender la tele, buscar por Internet o inscribirse a uno de esos servicios que envían los secretos astrológicos a diario a cualquier teléfono celular.

Un consejo vale nada más 99 centavos de dólar.

Sí, es más sencillo dejar la vida en manos de las constelaciones.

El típico horóscopo está escrito en términos tan generales que lo mismo podría funcionar para determinar la vida de una vaca en el campo. De una vaca Sagitario. Ya me imagino a los redactores encargados de garabatearlo, expertos astrólogos atentos a la bóveda celeste, interpretando la escritura de los cielos.

Sí, claro.

Los dueños del negocio saben que el hombre promedio suele estar necesitando un asidero firme en este mundo que siempre se le presenta tan abismático. Ellos saben que una lectura tan genérica no basta, que la gente necesita una guía más concreta que el simple “Velas blancas, muchas velas blancas”, y por eso siempre están dispuestos a ofrecerle una lectura más personalizada: y claro, entre más pague, tendrá información más detallada sobre esa mujer que está detrás de su marido, sobre el negocio que le espera a la vuelta de la esquina, sobre qué echarle a la sopa, sobre dónde poner su plata.

Ay, Dios.

Y es que nada resulta más tentador que husmear en el único terreno que se nos está verdaderamente vedado: el futuro, ni nada más práctico que organizar nuestra vida según lo dicten los astros. Que como soy Tauro entonces nací para reproducirme. Que si somos Aries entonces no nos convienen los Capricornio. Que esa es Piscis entonces se orina en la cama. Que ese es Sagitario entonces es tarado. Que como ese es Leo entonces y los Leo son muy “artistas” entonces no me sirve para este trabajo. No contentos con los de siempre, ahora tenemos otra categoría de prejuicios: los zodiacales.

Vaya…

Según la pseudociencia zodiacal, cada carácter está determinado por la fuerza que los astros ejercen sobre él. En ese orden de ideas, si a usted le da por robar un banco, por pegarle a su mujer o por salir a la calle sin ropa, no es realmente su culpa: es culpa del cielo. Así las cosas, los delincuentes deberían utilizar el horóscopo como argumento de defensa. De esta manera, en los juicios no sería extraño escuchar declaraciones como “¿Y yo qué culpa? Soy Mercurio Señor Juez”.

Entre los pliegues del espacio también se ocultan nuestras mediocridades.

Hay personas que consultan el horóscopo para elegir desde su carrera hasta en qué lado de la cama dormir. Hay quienes no se cortan el pelo si la luna no está en cuarto menguante. Hay quienes dejan sus faenas sexuales para cuando su astro esté en su punto dominante. También, por supuesto, existen aquellas que no se atreven a pisar el altar si su pareja no es de un signo compatible. Así es. Casos se han visto de novias que rechazan el anillo con frases como: “Lo siento, Lázaro, pero para casarnos te tocaba nacer de abril 19 a mayor 21”.

Lo que llaman “fatalidad”.

Hay cánceres que no se casan con escorpiones. Rounds a muerte entre tenazas y aguijonazos. Hay primeras citas frustradas por una pregunta clásica. Y es que ese “¿Qué signo eres?” puede ser tan fatal como las sentencias de ese hombre con cara de señora llamado Walter. Peor aún cuando el interesado no pregunta, sino que, fiel a su olfato supersticioso, intenta adivinar nuestro signo para luego encasillarnos y anularnos: “Tú debes ser Aries, ¿verdad? Los Aries suelen ser así: inestables”.

Malditas sean las constelaciones y sus designios.

Si estás intentando seducir a alguien, toma nota: no saques a relucir tus dotes psíquicos y/o paranormales: ESPANTAN. Si quieres un novio o un trabajo o unos senos de silicona, no los busques en las estrellas.

Que si las estrellas son estrellas, es porque son caprichosas.