Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

jueves, 19 de agosto de 2010

ALGUITO PARA LOS NERVIOS





Hace poco me sorprendí a mí misma intentando chancletear un freno invisible mientras viajaba sentada en el asiento del copiloto.

(¿será la presión, o se me ha subido la bilirrubina?)

*

Si bien es cierto que crecí viajando en carro con mi papá, que a pesar de ser un rey tiene las manías automovilísticas de un rimulero, también es cierto que, desde hace unos años, he venido adoptando los comportamientos nerviosos de mi línea materna.
En este orden de ideas, ya no es sólo mi santa madre la que atormenta a mi papá y a la humanidad entera cada vez que trata de frenar por el prójimo.
No, ahora también soy yo. Ante cualquier esbozo de choque, por mínimo que sea, meto uno de esos pisotones al vacío que sólo sirven para una cosa: reafimar que la palabra "juventud" ha empezado a abandonarme.

Sin embargo, en mi defensa, debo decir que aún me queda un As bajo la manga: aún sé disimular. Sí, he desarrollado el poder de ocultar mis primeros logros en la carrera nerviosa.
Todavía soy capaz, por lo menos, de no pisar frenos invisibles en el carro de mi novio, o en el de mi jefe o en los de mis amigas. Sería una vergÜenza ser la mamá nerviosa del paseo.
Eso sí, cabe aclarar que cada frenón que me trago entero se traduce en una diversidad de tensiones que se riegan en forma de nudos por mi espalda y que amarran mi cólon como un envuelto de maíz.

En mi opinión, uno se vuelve viejo cuando la chochera ya no se puede esconder. Pronto llegará el día en que el "frenón al aire" fluya natural, etéreo y nazca del alma, como cualquier otra reacción instintiva. Pronto llegará ese proyecto de accidente construído por mi cabeza, que arrancará de mí el acto animal de frenar en seco y el impulso irreversible que intentará proteger la vida cuando se piensa tan seguido en la muerte. Por que vaya si con los años uno empieza a pensar en la muerte más que en los flanes de caramelo (¿o no?... puede ser sólo otra de mis malformaciones psicológicas).

Y qué decir de los aviones... ¡A 37.000 pies de altura sí que se me complica disimular! Carajo, cuando era una niña montar en avión era como ir a alquilar películas en patines, pero ahora cada viaje viene antecedido de una oración, un rezo fervoroso al aire, al cielo, a las nubes, una petición al universo para que me lleve a salvo a mi destino, para que el avión navegue como esas gaviotas que flotan sobre las tibias brisas cartageneras, dopadas por el perfume alcantarillado de la bahía. En el avión alcanzo a rezar más que mi mamá y mi abuela juntas.

Desde hace unos años la palabra "turbulencia" me encrispa los nervios, me da eructadera, orinadera, me despeluca las neuronas. Cada vez que se enciende la señal para abrocharse los cinturones me corre un trueno por el esófago y una descarga de miedo me envenena la existencia. No lo puedo evitar. Los años están llegando con sus regalos, puñaditos de nervios, bocaditos de ansiedad, angustia en cajitas, y yo sólo quiero salir corriendo a la cabina de control, a pedirle a cada piloto su acta de graduación. Al no saber nada sobre el funcionamiento de los aviones, el cambio de ritmo en los sonidos me perturba. Cada vez que algo empieza o deja de sonar (cosa que pasa unas 30 veces por vuelo) yo me agarro fuerte de los brazos de la silla, con las manos sudorosas, fabricando en mi cabeza todo tipo de finales macabros, imaginando quién asistiría y quién faltaría a mi funeral. A veces creo que debería dedicarme a escribir historias de horror. Tengo un repertorio de posibles finales trágicos más grande que el repertorio de películas malas que tiene Blockbuster.

Si añadimos a todo esto el asomo de "hipocondriaquez" que por cada dolor de cabeza me hace pensar automáticamente en un tumor, y el dejo de paranoia que me ataca cada vez que escucho los pasos de alguien caminando detrás mio, podríamos deducir que en mi vejez no seré más que un amarradijo de nervios. Pero bueno, ya encontraré el camino, la redención, la cura. Tal vez escribir esto sea un buen primer paso.

¿Pero, cuál será la terapia?, ¿tendré que aplicar la reversiva de los fóbicos?, ¿hacer Bungee Jumping en pelota?, ¿ver otra vez El Exorcismo de Emily Rose?, ¿tener una tarántula de mascota?, ¿conseguirme un puesto de azafata en los vuelos regionales de Aires?...

¿Alguien ha visto a "Coraje" el perro cobarde? necesito pedirle consejos.