Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

martes, 2 de noviembre de 2010

Indigestión Navideña.





Siempre he pensado que es más fácil escaparse de una religión, que de la Navidad.


Uno no está obligado a ir a misa, porque a los 15 años fue capaz de reunir el valor para cerrar la puerta de la iglesia y no volver sino a los funerales; pero apenas llega diciembre (quiero decir, noviembre, o en el peor de los casos, octubre) uno está obligado a celebrar la Navidad. Sí, por más desertores en potencia que haya, nadie es capaz en realidad de levantarse contra el régimen del anciano hipertenso, que nunca regala lo que le piden... y no hablo de Fidel, no, hablo de Santa Claus.


Todo resulta una obligación cuando llega Navidad: es un deber sentirse mejor, es menester volverse una buena persona y es obligatorio resetear el chip para poner el espíritu en “Modo Navidad".

Lo curioso es que la mayoría de las veces el chip malinterpreta las órdenes y por “Modo Navidad” entiende “Modo Destroyer”, y así se pierde en la confusión: por “Novena” entiende “Bacanal”, por “Noche Buena” entiende “Mala Amanecida” y por “Rezar” interpreta “Perrear”. Pero bueno, “Malhechor”, “Gazpacho” y “SanBazar” proveerán.


El caso es que cuando uno hace caso omiso a sus obligaciones navideñas, lleva del bulto y de qué manera.


Por ejemplo, si uno no quiere leer la oración a la virgen María en la novena de la oficina, las señoras del aseo y todas sus secuaces comienzan a mirar con ojos acusadores diciendo: "esa sardina, pobre oveja sin rebaño, debe ser una caspa sin rumbo fijo”, y acto seguido, se echan la bendición.


Si uno se muestra reacio a cantar los villancicos en la novena familiar, siempre recibirá un llamado de atención post-evento por parte de la madre diciendo: "tan bobita, si tu cantas lo más de lindo". Así, ante el conflicto interno que produce alzar la voz para cantar “tutaina tuturumaina”, lo más sensato siempre será refugiarse en las maracas y sentarse al lado de la prima disléxica encargada de la pandereta, quien, por mérito, se llevará toda la atención de la familia.


Por otro lado, si uno no quiere comerse la parte oscura del pavo porque le sabe a Manatí, siempre recibirá la desaprobación por cortesía de esa tía que insiste en recordar a los niños de Somalia mientras se lleva a la boca una porción desorbitada de puré.

Y qué decir si uno separa las uvas pasas del arroz con coco... será una bestia mal educada por toda la eternidad.


En cuanto a las fiestas, si uno decide asistir a la celebración de Navidad de la empresa únicamente para hartarse de comida y emborracharse hasta las muelas, será tildado de ordinario, de regular, de empleado clase media, por todos esos que se creen demasiada cosa para ir a una fiesta empresarial.

Pero, es cuestión de reclamar derechos básicos: ya que Mr. Ex - President decidió erradicar el pago de horas adicionales de trabajo; no queda otra opción que cobrárselas a la empresa en porciones de comida y aguardiente. Un trago gratis por cada problema resuelto en horario extra, y entonces sí, ¡Salud!, ¡Feliz navidad!


Después de analizar el por qué de tanta indigestión decembrina, se sabe que tienen mucha culpa las obligaciones de todas las navidades pasadas:

Si uno es hijo de padres separados y tuvo que pasar todos los 24 viajando en carro entre dos, tres y hasta cuatro casas.

Si uno pertenece a una familia tipo Flanders y hasta ahora se tuvo que acostar todos los 24 de diciembre a las 10 de la noche.

Si a uno definitivamente no le gusta la torta de vino, ni el Panetón navideño, pero siempre los tuvo que comer para evitar romper lazos familiares.


Y ni hablar de las frustraciones:

Si uno nunca entendió la diferencia entre Santa Claus y el Niño Dios.

Si el niño Dios eran los papás.

Si uno creció escuchando “mamá, ¿dónde están los juguetes?”.

Si la nieve nunca cayó...


La navidad debería ser opcional, como tantas cosas en la vida que uno puede o no hacer, decisiones tan libres como bañarse los domingos o no, como comerse las uñas o cortárselas... asimismo uno debería poder decidir festejar la Navidad o no y sobre todo, lo más importante, no ser condenado por ello.


¡Qué viva la Navidad! (siempre que podamos NO celebrarla).











lunes, 20 de septiembre de 2010

El grito de mi independencia.





Hace unos días hice, por fin, el check- out en el "Hotel Mamá".

Después de 26 años de hospedaje 5 estrellas, decidí dar por terminado el servicio gratuito de limpieza de habitación, de lavado y planchado de ropa, el servicio de cable con canales Doble Premium, el desayuno sin límite de horario y con servicio directo a la cama, el almuerzo trifásico y la cena monárquica. Además del acuerdo de apapachamiento eterno firmado por mis padres, en el que me he visto sumergida desde mis días en el líquido amniótico.

También cancelé las cláusulas de convivencia instauradas bajo los nombres de "Si no vienes a cenar ¡avisa!" y de "levanta esa toalla mojada del suelo ¡ahora! ".
Pensé que me obligarían a pagar un excedente por las botellas de vino y whisky que por años hurté del bar, por la alfombra que manché con vinilo negro, por las paredes que rayé con las uñas rojas y por todas las veces que malgasté el papel higiénico; pero al final todo me fue perdonado. Como a un toro indultado, me dijeron: Podéis ir en paz.

Así, dejando el olor de mis pataletas, mis depresiones y mis amoríos, impregnado en los tapetes y cortinas, recogí mis corotos y con no pocas lágrimas y mocos, agradecí a esa habitación que por años soportó todo tipo de juergas ilegales, calzones sucios en el suelo, sobredosis de esmalte para uñas y resacas de ultratumba.

Entonces cambié de barrio y ahora no vivo en hotel, sino que vivo en mi casa. Pasé de huesped a propietaria con el patrocinio de un crédito bancario que se encargará de asfixiarme los próximos 15 años, de perseguirme por oscuras calles en mis pesadillas y de recordarme, día a día, de aquella vez en la que vendí mi alma al diablo a cambio de 45 mts. de área y 20 mts. de terraza.

Digamos que este nuevo contrato de convivencia conmigo misma tiene sus ventajas y sus desventajas, sus delicias y sus asquerosidades:
Dentro de la lista de cosas buenas está, sobretodo, la oportunidad de convertirme en alguien útil, en lo que refiere a "útil" según el evangelio de las abuelas, es decir, poseer la gracia, delicadeza y pericia suficientes para llevar a buen término una torta de chocolate, un mameluco de lana, un caldo de pollo o la limpieza de un sanitario.

Para alguien como yo, que nunca ha leído alguno de esos Best Seller sobre"cómo ser buena ama de casa", el proceso de iniciación a la carne cruda, a las fechas de caducidad del queso y al uso adecuado de un trapero, ha arrojado, hasta ahora, sólo resultados nefastos para mi propia salud: El trapero huele a perro y si supiera explicar por qué, seguramente no olería más a perro. Las papas sabaneras no traen fecha de caducidad, así que caducaron, adornándose con una especie de hongo blanco y cremoso, dejando una estela de rancios perfumes en mi cocina por un tiempo récord de 6 días.

Sin embargo, y a pesar de que soy potente candidata a "Miss Calamidad Doméstica" puedo decir que mis atropelladas experiencias caseras también me han habilitado para dar consejos a futuras practicantes:
Encender la licuadora sin tapa no es una buena opción.
Tampoco lo es limpiar las hornillas cuando están al rojo vivo.
No es buena idea caminar en calcetines sobre el piso recién trapeado.
Si no tienes un saca-corchos, no invites amigos a tomar vino.
Las botellas de vino no se abren con cuchillo.
Algunos ruidos en la noche son normales.
Algunos ruidos en la noche no son normales, son producto de la imaginación.
Si el celador del edificio se llama Jhon Kennedy, es mejor desconfiar de él.
Si la casa del vecino huele a Pop Corn, la tuya probablemente también.
Si te cortan la luz y los mariscos se descongelan, manda a incinerar la casa.

Podría seguir por horas, pero debo decir que "ser útil" es la peor cosa buena que tiene vivir sola (si no es la peor, por lo menos es la más aburrida). En la lista hay cosas más placenteras como el Abandono Programado, traducido en la imposibilidad de los padres de volver a preguntar cosas como la hora de llegada y la frecuencia de las salidas. Y por supuesto, está el Auto-Abandono en primer grado, reflejado en un plato lleno de comida que logra quedarse por horas sobre la cama, y en la sudadera consentida, llevada sin miedos, sin reproches, rota y descolorida.

Ahora que vivo sola he desarrollado un nuevo instinto, que si bien, aún no es de madre (ni nada que se le parezca) sí encierra comportamientos propios de alguien con un poco más de conciencia sobre su propia existencia: no en vano tengo ya mi tarjeta Súper Cliente del supermercado de la esquina y recolecto con una cautela nunca antes vista en mi vida, los stickers que traen premios para el hogar. Eso sí es saber encargarse de uno mismo.


Si me vieran regando las petunias, hablándole a mis matas y raspando el arroz del caldero a las 11 de la noche... A mi me cuesta creerlo todavía.


















jueves, 19 de agosto de 2010

ALGUITO PARA LOS NERVIOS





Hace poco me sorprendí a mí misma intentando chancletear un freno invisible mientras viajaba sentada en el asiento del copiloto.

(¿será la presión, o se me ha subido la bilirrubina?)

*

Si bien es cierto que crecí viajando en carro con mi papá, que a pesar de ser un rey tiene las manías automovilísticas de un rimulero, también es cierto que, desde hace unos años, he venido adoptando los comportamientos nerviosos de mi línea materna.
En este orden de ideas, ya no es sólo mi santa madre la que atormenta a mi papá y a la humanidad entera cada vez que trata de frenar por el prójimo.
No, ahora también soy yo. Ante cualquier esbozo de choque, por mínimo que sea, meto uno de esos pisotones al vacío que sólo sirven para una cosa: reafimar que la palabra "juventud" ha empezado a abandonarme.

Sin embargo, en mi defensa, debo decir que aún me queda un As bajo la manga: aún sé disimular. Sí, he desarrollado el poder de ocultar mis primeros logros en la carrera nerviosa.
Todavía soy capaz, por lo menos, de no pisar frenos invisibles en el carro de mi novio, o en el de mi jefe o en los de mis amigas. Sería una vergÜenza ser la mamá nerviosa del paseo.
Eso sí, cabe aclarar que cada frenón que me trago entero se traduce en una diversidad de tensiones que se riegan en forma de nudos por mi espalda y que amarran mi cólon como un envuelto de maíz.

En mi opinión, uno se vuelve viejo cuando la chochera ya no se puede esconder. Pronto llegará el día en que el "frenón al aire" fluya natural, etéreo y nazca del alma, como cualquier otra reacción instintiva. Pronto llegará ese proyecto de accidente construído por mi cabeza, que arrancará de mí el acto animal de frenar en seco y el impulso irreversible que intentará proteger la vida cuando se piensa tan seguido en la muerte. Por que vaya si con los años uno empieza a pensar en la muerte más que en los flanes de caramelo (¿o no?... puede ser sólo otra de mis malformaciones psicológicas).

Y qué decir de los aviones... ¡A 37.000 pies de altura sí que se me complica disimular! Carajo, cuando era una niña montar en avión era como ir a alquilar películas en patines, pero ahora cada viaje viene antecedido de una oración, un rezo fervoroso al aire, al cielo, a las nubes, una petición al universo para que me lleve a salvo a mi destino, para que el avión navegue como esas gaviotas que flotan sobre las tibias brisas cartageneras, dopadas por el perfume alcantarillado de la bahía. En el avión alcanzo a rezar más que mi mamá y mi abuela juntas.

Desde hace unos años la palabra "turbulencia" me encrispa los nervios, me da eructadera, orinadera, me despeluca las neuronas. Cada vez que se enciende la señal para abrocharse los cinturones me corre un trueno por el esófago y una descarga de miedo me envenena la existencia. No lo puedo evitar. Los años están llegando con sus regalos, puñaditos de nervios, bocaditos de ansiedad, angustia en cajitas, y yo sólo quiero salir corriendo a la cabina de control, a pedirle a cada piloto su acta de graduación. Al no saber nada sobre el funcionamiento de los aviones, el cambio de ritmo en los sonidos me perturba. Cada vez que algo empieza o deja de sonar (cosa que pasa unas 30 veces por vuelo) yo me agarro fuerte de los brazos de la silla, con las manos sudorosas, fabricando en mi cabeza todo tipo de finales macabros, imaginando quién asistiría y quién faltaría a mi funeral. A veces creo que debería dedicarme a escribir historias de horror. Tengo un repertorio de posibles finales trágicos más grande que el repertorio de películas malas que tiene Blockbuster.

Si añadimos a todo esto el asomo de "hipocondriaquez" que por cada dolor de cabeza me hace pensar automáticamente en un tumor, y el dejo de paranoia que me ataca cada vez que escucho los pasos de alguien caminando detrás mio, podríamos deducir que en mi vejez no seré más que un amarradijo de nervios. Pero bueno, ya encontraré el camino, la redención, la cura. Tal vez escribir esto sea un buen primer paso.

¿Pero, cuál será la terapia?, ¿tendré que aplicar la reversiva de los fóbicos?, ¿hacer Bungee Jumping en pelota?, ¿ver otra vez El Exorcismo de Emily Rose?, ¿tener una tarántula de mascota?, ¿conseguirme un puesto de azafata en los vuelos regionales de Aires?...

¿Alguien ha visto a "Coraje" el perro cobarde? necesito pedirle consejos.




martes, 27 de julio de 2010

POSTALES DESDE ERUOPA.


Intro.

Hace unos días regresé de Europa.
En mi BackPack traje la misma ropa que llevé, por supuesto la mayoría sin usar (porque de 30 prendas empacadas siempre usé las mismas 10), pero igualmente ensopada en olor a "llevo 3 semanas por fuera de casa".
Si alguien se atreviera a meter la mano hasta el fondo de semejante nido de serpientes, se encontraría con los shorts más veces usados del planeta, con un par de medias aún húmedas (y no propiamente por el agua de la lavadora), con un cepillo de dientes azarosamente guardado al lado de las Havaianas y con tentáculos de bikinis de todos los colores enredados en un puñado de calzones tipo "hace rato no invierto en Lingerie".

En fin, si alguien, tan valiente como Bárbara Blade (eso de rasurarse las axilas con un cuchillo es lo más valiente que he visto en mucho tiempo) lograra atravesar victorioso el hoyo negro y llegar hasta el fondo de mi BackPack, encontraría postales. Sí, hallaría una postal por cada ciudad que visité en esos 18 días de sofoco, asombro e imprudencias tropicales.

Durante los días que siguen les compartiré lo escrito en dichas postales. Por ahora comienzo con la de Madrid, que fue la primera en salir entre las tinieblas de mi Back Pack.
Espero prontamente poder desenterrar las de Sevilla, Barcelona, París y Venecia para publicarlas aquí.

***

POSTAL # 1



Madrid, Julio 5 de 2010.


Mami, te escribo desde Madrid recordando esos pocos días del verano de 2005, en los que revoloteamos juntas por todos los almacenes de la Gran Vía sin nada más en nuestras cabezas que el shopping. ¿Recuerdas que reemplazamos la visita al Museo del Prado por una correría entre Zara, H&M, Mango y Pimkie?... ¡menos mal nunca se lo contamos a nadie! siempre quedará entre nosotras nuestro profundo desinterés por "Las Meninas" y "El Jardín de las Delicias" y nuestra enfermiza obsesión por los "little black dresses".

Te escribo desde la terraza del círculo de Bellas Artes, mientras me tomo un té helado y me empaco una tarta de frambuesas (tu sabes lo que cuesta encontrar frambuesas en Bogotá).

Al respaldo de esta postal verás una foto de Iker Casillas, el arquero de la selección española de Fútbol, campeona de la copa mundial. Traté de buscar una postal con la foto del Príncipe Felipe, al que tanto le dedicas tus afectos, pero desde que salieron campeones aquí no se habla de otra cosa que no sea fútbol. A propósito, el otro día fuimos a ver la semifinal del mundial a un bar y en verdad nuestra diversión no corrió por cuenta del partido, sino por cuenta de los cánticos de la barra, que rezaban algo así como "¡¡¡¡A por ellos, A por ellos!!!", estos españoles... parecían una zarta de quijotines a punto de irse lanza en ristre contra el mundo.
¿Sabes? A veces me extraña oírlos hablar, la primera vez que oí a alguien decir "la calor", pensé que tal vez se había colado a mi lado un compatriota Ceretiano, o Momposino, ¡pero no! era sólo una mujerona andaluza (igualita a la tía Marina) quejándose de los 40 grados de temperatura y para rematar luego dijo "espera aquí maja, que voy a por el pan"... ya sabía yo que no era gratis lo de "¡A por ellos!".

Como en este paseo nadie me ha acolitado la vagabundería y el despilfarro esta vez me puse la camiseta del buen turista y visité cuanto museo y monumento había. Te digo que no entendí ni un carajo de todo el movimiento de arte contemporáneo que ví en el Museo Reina Sofía, tal vez mi capacidad de percepción se fue congelando poco a poco gracias al aire acondicionado, hasta que se hizo hielo y se bloqueó por completo. Mami, te juro que traté de interesarme por las toneladas de cemento milenario, por Cibeles, por Neptuno, por el palacio real, por la ópera, por el templo de Debod, por la puerta de alcalá; pero de nuevo no pude evitarlo, lo que más me gustó de madrid -aparte del tintico de verano- fue el H&M de 3 pisos, que se despliega a manera de mansión con escaleras acaracoladas sobre la soleada acera de la Gran Vía... ¡No puedes negar que soy tu hija!
Ah bueno, y no puedo dejar por fuera a Ricardos´s (no está mal escrito, de verdad es así) el bar para solteros y separados de la esquina donde se cruzan Doctor Castello y Lope de Rueda, muy cerca de El Retiro. Ha sido sin duda el mejor sitio en Madrid. Es un bar de esos que huelen más a cigarrillo que la boca de mi profesora de inglés en el colegio, también oscuro, y algo sórdido.

Por lo que puede deducirse, Ricardos´s sirve de escondite para personas solitarias, solteras o separadas, y uno que otro freak. A la vez sirve de válvula de escape para desparramar por un rato sobre las mesas todo eso que es miserable en la vida.
A lo largo de una enorme barra de roble se oye la ginebra caer sobre los vasos y las palabras ruedan secas hasta perderse en el ruido de muchas bocas que aún estando acompañadas, parecieran siempre hablar a solas. Ricardos´s sería el escenario perfecto para uno de esos maravillosos cuentos de Bolaño o para una película de esas que pasan por The Film Zone.

Mami, no me vayas a montar cantaleta, pero no he comido muy bien. La verdad los montaditos y las tapas no han hecho más que producirme arcadas y el jamón de pata negra...mejor no te digo a qué me sabe. Así que si me encuentras más gorda cuando llegue seguramente será culpa de Burger King.

Ya aprendí a despedirme como los madrileños, así que te dejo con un HASTA LUOOGGGOO (que se pronuncia como si te estuvieras tragando tu propia lengua).

Espera más noticias desde París.

HASTA LUOOGGOOO (me encanta).

P.D: espero que la foto de Iker te guste tanto como a mi.

miércoles, 9 de junio de 2010

Políticamente Incorrecta.



Ahora que se ha puesto de moda hablar de ella, yo lo digo sin verguenza: no sé NADA de política.


Sí, soy brutalmente alérgica a cualquier hebra que se desprenda de esa capa escarlata que cubre los hombros del poder. Cada vez que la vida me hace aterrizar en una conversación sobre política, mi única opción es adoptar un silencio respetuoso hacia quienes parecen hablar con propiedad de la enferma estructura burocrática y por otro lado guardar un silencio más bien burlón, para escuchar a quienes apenas han logrado juntar algunos datos generales con deducciones aleatorias, para aparentar que algo saben del tema. Todo esto debidamente acompañado de "la pose del erudito", disposición corporal que incluye una mano acariciando la quijada y un entrecerrar de ojos constante, para que mis interlocutores sientan que -por lo menos- hago el esfuerzo de entender.


Y esque a mí no me alcanza ni para aparentar. De las clases de sociales sólo recuerdo el tema geográfico, que con sus canciones para memorizar países y capitales se robaba toda mi atención, dejando colgadas de un palo seco las ramas legislativas, judiciales y ejecutivas. Yo siempre preferí cantar "Marruecos -Rabat, Argelia -Argel, Tunicia - Túnez" a ritmo de BeetleJuice que preocuparme por cuál rama o arbusto era el que sostenía al presidente.
Nunca dediqué un segundo al tema político, porque siempre estuve muy ocupada haciendo coreografías para el Cutibili Pachá, perfeccionando la correspondencia rosa -de escritorio a escritorio- con mis amigas y maquinando estrategias para hacer que la altura de mi falda pasase desapercibida ante la vista del cuerpo docente. Aquella descabellada vez que intenté ser presidenta de la clase, pensando que ser presidenta equivalía a ser popular, fracasé con ganas en la primera vuelta, y el día que llevaron al colegio al general Maza Márquez a hablar sobre el asesinato de Galán, me quedé dormida en el auditorio.

Pero mi turno al paredón llegó en la universidad, con esa materia obligatoria llamada "Pedagogía Constitucional"...Dios sabe por qué no me hizo senadora. Uno pensaría que un libro escrito para explicar a la prole sus derechos y deberes, sería una lectura fácil de digerir, como la papa, el plátano y el agua de panela, que al ser tan digeribles se han vuelto cosas vitales para "el pueblo". Pero este no es el caso de La Constitución. Creo que al leerla me sentí tan bruta como cuando intenté leer "El péndulo de Focault" y lo único que logré retener fueron vagos residuos de palabras rimbobantes y un dolor de cabeza producto de tanta rigidez. Pues La Constitución fue de todo menos digerible, fue algo así como tratar de procesar una sobrebarriga. Que me perdonen quienes se trasnocharon elaborando La Constitución del 91, yo no dudo de su pericia, pero creo que se pasaron de listos con la retórica legislativa.
Finalmente aprobé la materia, gracias a esa suerte paranormal que me ha acompañado siempre y a unos cuantos parpadeos de más para el profesor, pero mi termómetro de cultura política siguió vaticinando un frío desértico y un vacío abismal.
Si soy buena ciudadana, persona respetuosa de las leyes y miedosa del estado, es porque llevo a cuestas un gran sentido común, porque en mi casa me enseñaron que esta bueno portarse bien y no porque alguna vez haya entendido ese
lifestyle codificado entre parágrafos y númerales.

Así que por estos días de furia electoral vengo sintiéndome marginada, castrada socialmente. Ya que la política ha monopolizado todas las conversaciones, mi propio desinterés me ha enviado a una esquina a guardar silencio y me ha limitado a encargarme de preparar las palomitas de maíz durante los debates entre candidatos. Gracias a mi falta de información, de los debates - de lo que alcanzo a ver antes de babear el cojín- sólo recuerdo los colores de las corbatas, el tedio y los excesos en el maquillaje de los candidatos.

A mí toda esta contienda electoral se me parece a un mito. Y es que siento estar viviendo en carne propia el castigo de Prometeo: un hombre elegido es condenado a permanecer en la cúmbre de una montaña para que ahí un águila le devore las tripas (aunque en este caso sería el cóndor de los andes). Creo que ser presidente de Colombia debería estar en alguno de esos programas del universo Discovery que relatan los oficios más peligrosos, asquerosos y difíciles. No veo mucha diferencia entre gobernar a Colombia y pescar un Cangrejo tipo Centolla entre las tormentosas aguas del gélido océano ártico.


Yo voté en primera vuelta y votaré en la segunda, porque un presidente que sabe elegir a sus poetas es un presidente que sabrá elegir lo mejor para su gente (vaya si son excéntricos mis motivos). Puedo no saber de política, pero sí recuerdo cómo mi mamá me enseñó a elegir a mis maestros. Y sí, un presidente debería ser un gran maestro (propaganda política no pagada, yo también ayudé, yo vine por que quise bla bla bla..)


Hace poco tuve que preguntar qué era "clientelismo", en estos días preguntaré qué carajos son las "arengas" y también, como para no ahogarme en este maremoto electoral comenzaré a preguntar de qué se trata la política...

...vamos a ver si hay alguien que me pueda enseñar en lengua popular.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Reflexiones poco científicas sobre el Síndrome Pre -Menstrual.



"De vez en mes te haces artista,
dejando un cuadro impresionista
debajo del edredón.
De vez en mes con tu acuarela,
pintas girones de ciruela
que van a dar hasta el colchón.
De vez en mes no hay quien te aguante,
y es un pecado estar distante
y otro peor quedarme ahí.
y aunque hay receso obligatorio,
y el cielo se hace un purgatorio
te amo más, de vez en mes."
Ricardo Arjona.

Antes de que puedan pensar lo contrario, debo aclarar que el hecho de citar a Ricardito no significa que sea fan de sus hinchados versos y mucho menos de esa exótica mezcla entre Rambo centroamericano y poeta rehabilitado con la que, increíblemente, logra conquistar a millones de mujeres.
A Ricardito lo he traído a colación por dos razones: la primera, porque su canción es perfecta para ilustrar el tema de hoy y la segunda, porque siento un sarnoso placer cada vez que pienso en un hombre escribiéndole una canción a la menstruación (es una porquería sólo comparable con una Oda al Semen o algo así. ¿Se imaginan lo que podría llegar a decir?). Digamos que el concepto de la menstruación es lindo, pero por Dios, ¡todo lo que se deriva de ella no puede ser objeto de inspiración! Ay Ricardito, qué enfermo, qué entrometido, qué gran sapo eres jesúmariayjosé! Al universo le sobran tus palabras, las mujeres sabemos que no somos cosa apetecible cuando sangramos, así que por favor, no trates de llevar la contraria... y también haz el deber de conseguirte una novia más higiénica, dile que las Kotex también se usan para dormir, así no tienes que seguir delirando sobre colchones manchados.

Por más tentador que rusulte seguir hablando de Arjona, volvamos a lo nuestro.

Para empezar, convengamos que las siglas S.P.M. corresponden al término médico "Síndrome Pre - Menstrual"... ¿lindo no?
Los médicos dicen que cada mes, unos días antes del periodo, las mujeres experimentamos cambios hormonales que nos causan alteraciones en el genio. Todo esto es cierto y aburridamente comprobado. Pero vamos, es claro que lo más divertido del S.P.M. está más cerca de nuestro entendimiento que la química cerebral. Hay que quitarle la bata blanca al asunto para verlo en toda su simpleza, en toda su naturalidad y sobre todo, en toda su malparidez.

Ya que no somos médicos (thank God) aprovechemos para hablar sobre el S.P.M. sin más fundamento que la experiencia.

Como buena hembra atropellada mensualmente por la propia naturaleza, quiero decir que a mí me gusta el S.P.M.
Creo que las mujeres sufrimos mucho tratando de apaciguar la despampanante fiera que nos gobierna, así que cuando la naturaleza da permiso de soltarla y el universo está dispuesto a indultar cada una de sus fechorías, no hay nada más sensato que disfrutarlo.
Es que ser una malparida con licencia se siente demasiado bien, ser insoportable con permiso es en verdad ganarle a la vida.
Es tan bueno, que podemos disparar ráfagas de silencio paralizante, escupir acidez por los poros, bombardear la ciudad con miradas displicentes y ser simplemente hijuemadres al nivel que nos plazca ¿y quién nos va a decir que no?, nadie, ¡tenemos permiso! y aún más que eso, las leyes divinas de no sé qué monte sagrado y las teorías azarosas de la biología dicen que las cosas TIENEN que ser así, que las mujeres somos incondicinalmente malcriadas.

¡Por fin Dios y Darwin se ponen de acuerdo!

Diariamente los hombres (y algunas mujeres freaks of nature que no padecen los síntomas) se empecinan en entender qué carajos nos pasa durante los días del S.P.M. y quieren escuchar razones coherentes que justifiquen nuestras ariscas maneras. Pero encontrar un argumento razonable (diferente de la explicación científica) para la histeria femenina es más inutil aún que los realities de Paris Hilton.
Los hombres se la pasan horas burlándose de nosotras con sus compañeritos de Play Station, y hablan de nuestro extraño comportamiento, dicen no nos entienden; nos dicen bipolares, histéricas, regludas. Y claro, lo más difícil de entender siempre es lo más evidente. Lo que los hombres no entienden de la regla es precisamente que NO HAY NADA QUE ENTENDER.
La naturaleza es tirana queridos hermanos, bajo sus leyes todo funciona PORQUE SÍ.

Si hay algo que moleste a los hombres, es que uno les responda NO SÉ. Pero ¿qué quieren?, que les digamos, "mira, mi vida, es que durante el periodo denominado S.P.M. las hormonas de mi cuerpo se alborotan haciendo que mi genio sea aún más cambiante de lo normal?" Ni en The Big Bang Theory.

¿Cuál es tu problema conmigo? NO SÉ Y PUNTO.

En vez de dar tanta cantaleta los hombres deberían sacar provecho de nuestro S.P.M. Por ejemplo, podrían pedirnos que insultemos al que les rompió el tobillo jugando fútbol, al fin y al cabo el desgraciado no va a pegarle a una mujer. Podrían ponernos al teléfono con el servicio al cliente del operador de cable y tendrían de inmediato el arreglo en la señal, o podrían zafarse de la cita con el urólogo , argumentando que deben cuidar de su novia "indispuesta".

Es cuestión de ver el asunto con otros ojos, no hasta el punto de idolatrar la menstruación como el patético de Ricardito, pero sí hasta el punto de hacer más fácil la cuota mensual de convivencia.

Ya que no soy médica aprovecho para rebautizar el término "Síndrome Pre - Menstrual", quiero revestirlo de carne y hueso, para que se convierta en algo más elemental y respetable:

S
imple y. Pura. Malparidez.

jueves, 22 de abril de 2010

Divagando sobre Nueva York


Para mi escribir es tan sabroso como jalarse las medias después de que el zapato se las ha tragado (a esta edad me sigue pasando), así que con el permiso de ustedes, esta vez me dedicaré a la vaga palabrería, me regalaré como gorda al dulce placer que me produce todo esto, e iré de la cabeza al teclado sin muchos filtros en el medio.


Introducción.


Pensé que mi primera visita a Nueva York me iba a llenar la cabeza de ideas para escribir alguna pataleta, pero en realidad llegué hace 3 semanas y por más que trato de ordenar las palabras no he logrado darle a mis deditos algo sustancioso para teclear.
Lo he consultado con las baldosas del baño mientras hago el number two, lo he buscado entre mis episodios de ansiedad en la madrugada y hasta he leído a Junot Díaz a ver si su héroe, ese chancho-nerd dominicano de New Jersey me sopla la respuesta; pero ni así.

¡Por todos los Starbucks de Manhattan!, ¿será que estoy perdiendo mi habilidad?, ¿será que mi muy cercana independencia (me voy a vivir sola y sí, se siente muy bien escribirlo) está disminuyendo mis niveles de malcriadez y por ende, mi capacidad de fabricar pataletas?

Lo que más me preocupa de toda esta huesuda novela es mi silencio interior.
Creo que tanto ejercicio mental para amansar al kraken que llevo dentro por fin funcionó.
Hace rato que estoy toda serena, así como con esa calma que viene después de un retorcijón; pero creo que debería tratar de darle unas palmaditas a la bestia a ver si me revuelca alguito por allá adentro y me sale de una vez por todas el cuento de Nueva York.

Mientras esto ocurre, me dedicaré a tratar de descomponer en partes esa maldita obra abstracta tipo Pollock, Braque, Kandinsky, que dejó Nueva York en mi cabeza:


Parte uno.
Taladro para los pies, bálsamo para la mente.


El hecho de que no tenga una pataleta para escribir sobre NY, no quiere decir que no haya hecho pataleta en el paseo. Ay Dios... si me hubieran visto.
La verdad es que rompí las pelotas a lo que da, y para honrar mi naturaleza quejumbrosa (en eso me parezco mucho a los argentinos) me dediqué a protestar como presidenta de sindicato contra las largas caminatas turísticas que, por obligación, tuve que dar para cubrir por entero el perímetro de maravillas Newyorkinas.
Sin embargo, mientras mis extremidades inferiores sufrían las inclemencias del eterno caminar y cada paso iba despertando en mi musculatura (si se le puede llamar así a este ripio) las secuelas de toda una vida de malas posturas; mi cabeza nadaba como cisne de cristal en un pozo lleno de mensajes publicitarios, ropa nueva, comida hindú, despreciables mujeres demasiado guapas y bizcochos dolorosamente gays.
Al final una inflamación de rodilla y una lesión menor en el tobillo izquierdo fueron mi coartada para escaparme a retozar como león marino sobre los verdes pastos del Central Park cada vez que podía.


Parte Dos.
Lo único aburrido de Nueva York son los gringos.

Y qué le vamos a hacer... por más amables que sean, no dejan de ser lo menos emocionante de Nueva York. Es que son tan predecibles, su leve trastorno mental está tan televisado, tan visto, tan aprendido a la fuerza.
Si alguna vez hubieran cerrado el portón de inmigración en NY, la ciudad sería como el spaghetti al burro: insípida, desabrida y carente de color.

Durante mis 7 días en NY ví flotar en el aire espesos nubarrones de sabrosura foránea, vi a los dragones orientales exhalando su olor a soya, garabatos japoneses caminando junto a mi, chorros de caribe haciendo transfusión, inyectándose como virus en el cuerpo estadounidense... y toda esa conmoción siempre vino de afuera, de across the seas, de la japonesita que oía hip hop, del hondureño que hacía yoga y de la colombiana que no podía creer sus ojos.
Nunca algo de eso vino de los gringos; de ellos sólo tuve la sensación de que no eran nada nuevo, su acento siempre me fue familiar, su comida ya la había comido, su música ya la había escuchado y de su humor yo ya me había reído.

NY fue algo así como pasearse por una feria mundial. Nunca tuve que hacer sellar mi pasaporte para ver a un italiano atender con fervor su restaurante, ni para consentir al perrito de un coreano en una tienda budista y tampoco para bailar al ritmo de una tumbadora en pleno muelle de Coney Island.

A nivel meramente conceptual, NY no se aleja mucho de aquella atracción mecánica de Magic Kingdom, en la que uno viaja en un barquito mientras, por todos lados, salen a saludar Chukis vestidos con ropas de todos los países del mundo cantando Its a small world after all.


Parte Tres.
WTF?

De NY hubo muchas cosas que se quedaron por fuera de mi entendimiento, cosas que me fue difícil comprender.
Digamos que yo me hago la muy globalizada, pero en verdad no lo soy tanto; todavía soy muy de monte adentro, una amañada del tercer planeta, y entrar a la nave madre del primer mundo me causó, en contra de todos los pronósticos y casi por reflejo natural, un apego anormal a mis ideas tercermundistas.
Digamos que cuando me vi más allá de las compuertas, rodeada por todo ese montaje extraterrestre del primer mundo, lo único que supe hacer fue agarrarme como sanguijuela a mi terreno firme, a mis primitivas concepciones de la vida.

Mientras caía en cuenta de que la letra "E" era para "Elevator" y no para la línea "E" del metro que yo esperaba hacía más de media hora, mi cabeza comenzó a parecer un calabozo donde las preguntas, asinadas, parecían no encontrar la salida:

¿Por qué un martes a las 2 de la tarde el Central Park está repleto de familias enteras en actitud de domingo feliz?, ¿es que la gente aquí no trabaja?, ¿cómo así que trabajan por horas?, ¿cada uno es dueño de su tiempo?, ¿qué significa eso?, ¿por qué un lunes en la noche los bares están tan llenos de borrachos como los viernes?, ¿que aquí alcanza la plata para salir todos los días?, ¿ y por qué nos toca caminar tanto para agarrar el bus?, ¿como así que el bus sólo sube pasajeros en los paraderos?, ¿cómo así que puedo pagar el bus con la misma tarjeta del metro?, ¿y por qué en el metro los vendedores venden M&M´s® en vez de BaBaDeCaracol´s®?, ¿y cómo así que el metro pasa por debajo del mar?, ¿y por qué me siento como una hormiga?, ¿cuánta gente podrá trabajar en semejante barbaridad de edificio?, ¿el Brooklyn Bridge se balancea o es mi impresión?, ¿que uno se puede vestir como se le da la gana?, ¿que aquí a nadie le importa nada?, ¿esto es Nueva York?...

¿What the fuck?


Parte cuatro (y última, por amor a Dios).
Conclusiones primaverales.

Después de toda esta necedad y hasta una próxima visita, de Nueva York solo podré decir que para mi fue Absolutamente Increíble, odiosamente gigante, tan poco gringa, tan atrevidamente mundial, una desgracia inevitable para mi bolsillo, una visión tibia en primavera, un lugar de violentos recibimientos y muy nostálgicas despedidas.
NY da alas, a los turistas, a las compradoras compulsivas, a la genética de las ratas callejeras, a los trastornos de personalidad, a los vaqueros nudistas y a los gorditos de la panza.

De NY no pude escribir algo coherente, porque no es una ciudad razonable, ni adivinable, ni memorizable.
...


Agradecimientos:

No puedo dejar pasar esta oportunidad (léase en acento de Grammy, Oscar, o Billboard) sin agradecer a mi anfitriona en NY, una princesa de quien acostumbro decir "es mi mejor amiga". Tengo que dar las gracias a esa mamacita de patas largas por haberme soportado durante 7 días, por ser vegetariana y haberme evitado los perros calientes de la calle y las grasosas pizzas de 1 dolar, y porque, a pesar de mi pereza caribeña, tuvo mucho éxito en su intento de regalarme unos días completamente felices, mientras nos dejábamos caer hondo en nuestra iniciación a la primavera de Nueva York.