Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

miércoles, 9 de junio de 2010

Políticamente Incorrecta.



Ahora que se ha puesto de moda hablar de ella, yo lo digo sin verguenza: no sé NADA de política.


Sí, soy brutalmente alérgica a cualquier hebra que se desprenda de esa capa escarlata que cubre los hombros del poder. Cada vez que la vida me hace aterrizar en una conversación sobre política, mi única opción es adoptar un silencio respetuoso hacia quienes parecen hablar con propiedad de la enferma estructura burocrática y por otro lado guardar un silencio más bien burlón, para escuchar a quienes apenas han logrado juntar algunos datos generales con deducciones aleatorias, para aparentar que algo saben del tema. Todo esto debidamente acompañado de "la pose del erudito", disposición corporal que incluye una mano acariciando la quijada y un entrecerrar de ojos constante, para que mis interlocutores sientan que -por lo menos- hago el esfuerzo de entender.


Y esque a mí no me alcanza ni para aparentar. De las clases de sociales sólo recuerdo el tema geográfico, que con sus canciones para memorizar países y capitales se robaba toda mi atención, dejando colgadas de un palo seco las ramas legislativas, judiciales y ejecutivas. Yo siempre preferí cantar "Marruecos -Rabat, Argelia -Argel, Tunicia - Túnez" a ritmo de BeetleJuice que preocuparme por cuál rama o arbusto era el que sostenía al presidente.
Nunca dediqué un segundo al tema político, porque siempre estuve muy ocupada haciendo coreografías para el Cutibili Pachá, perfeccionando la correspondencia rosa -de escritorio a escritorio- con mis amigas y maquinando estrategias para hacer que la altura de mi falda pasase desapercibida ante la vista del cuerpo docente. Aquella descabellada vez que intenté ser presidenta de la clase, pensando que ser presidenta equivalía a ser popular, fracasé con ganas en la primera vuelta, y el día que llevaron al colegio al general Maza Márquez a hablar sobre el asesinato de Galán, me quedé dormida en el auditorio.

Pero mi turno al paredón llegó en la universidad, con esa materia obligatoria llamada "Pedagogía Constitucional"...Dios sabe por qué no me hizo senadora. Uno pensaría que un libro escrito para explicar a la prole sus derechos y deberes, sería una lectura fácil de digerir, como la papa, el plátano y el agua de panela, que al ser tan digeribles se han vuelto cosas vitales para "el pueblo". Pero este no es el caso de La Constitución. Creo que al leerla me sentí tan bruta como cuando intenté leer "El péndulo de Focault" y lo único que logré retener fueron vagos residuos de palabras rimbobantes y un dolor de cabeza producto de tanta rigidez. Pues La Constitución fue de todo menos digerible, fue algo así como tratar de procesar una sobrebarriga. Que me perdonen quienes se trasnocharon elaborando La Constitución del 91, yo no dudo de su pericia, pero creo que se pasaron de listos con la retórica legislativa.
Finalmente aprobé la materia, gracias a esa suerte paranormal que me ha acompañado siempre y a unos cuantos parpadeos de más para el profesor, pero mi termómetro de cultura política siguió vaticinando un frío desértico y un vacío abismal.
Si soy buena ciudadana, persona respetuosa de las leyes y miedosa del estado, es porque llevo a cuestas un gran sentido común, porque en mi casa me enseñaron que esta bueno portarse bien y no porque alguna vez haya entendido ese
lifestyle codificado entre parágrafos y númerales.

Así que por estos días de furia electoral vengo sintiéndome marginada, castrada socialmente. Ya que la política ha monopolizado todas las conversaciones, mi propio desinterés me ha enviado a una esquina a guardar silencio y me ha limitado a encargarme de preparar las palomitas de maíz durante los debates entre candidatos. Gracias a mi falta de información, de los debates - de lo que alcanzo a ver antes de babear el cojín- sólo recuerdo los colores de las corbatas, el tedio y los excesos en el maquillaje de los candidatos.

A mí toda esta contienda electoral se me parece a un mito. Y es que siento estar viviendo en carne propia el castigo de Prometeo: un hombre elegido es condenado a permanecer en la cúmbre de una montaña para que ahí un águila le devore las tripas (aunque en este caso sería el cóndor de los andes). Creo que ser presidente de Colombia debería estar en alguno de esos programas del universo Discovery que relatan los oficios más peligrosos, asquerosos y difíciles. No veo mucha diferencia entre gobernar a Colombia y pescar un Cangrejo tipo Centolla entre las tormentosas aguas del gélido océano ártico.


Yo voté en primera vuelta y votaré en la segunda, porque un presidente que sabe elegir a sus poetas es un presidente que sabrá elegir lo mejor para su gente (vaya si son excéntricos mis motivos). Puedo no saber de política, pero sí recuerdo cómo mi mamá me enseñó a elegir a mis maestros. Y sí, un presidente debería ser un gran maestro (propaganda política no pagada, yo también ayudé, yo vine por que quise bla bla bla..)


Hace poco tuve que preguntar qué era "clientelismo", en estos días preguntaré qué carajos son las "arengas" y también, como para no ahogarme en este maremoto electoral comenzaré a preguntar de qué se trata la política...

...vamos a ver si hay alguien que me pueda enseñar en lengua popular.