Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

jueves, 22 de abril de 2010

Divagando sobre Nueva York


Para mi escribir es tan sabroso como jalarse las medias después de que el zapato se las ha tragado (a esta edad me sigue pasando), así que con el permiso de ustedes, esta vez me dedicaré a la vaga palabrería, me regalaré como gorda al dulce placer que me produce todo esto, e iré de la cabeza al teclado sin muchos filtros en el medio.


Introducción.


Pensé que mi primera visita a Nueva York me iba a llenar la cabeza de ideas para escribir alguna pataleta, pero en realidad llegué hace 3 semanas y por más que trato de ordenar las palabras no he logrado darle a mis deditos algo sustancioso para teclear.
Lo he consultado con las baldosas del baño mientras hago el number two, lo he buscado entre mis episodios de ansiedad en la madrugada y hasta he leído a Junot Díaz a ver si su héroe, ese chancho-nerd dominicano de New Jersey me sopla la respuesta; pero ni así.

¡Por todos los Starbucks de Manhattan!, ¿será que estoy perdiendo mi habilidad?, ¿será que mi muy cercana independencia (me voy a vivir sola y sí, se siente muy bien escribirlo) está disminuyendo mis niveles de malcriadez y por ende, mi capacidad de fabricar pataletas?

Lo que más me preocupa de toda esta huesuda novela es mi silencio interior.
Creo que tanto ejercicio mental para amansar al kraken que llevo dentro por fin funcionó.
Hace rato que estoy toda serena, así como con esa calma que viene después de un retorcijón; pero creo que debería tratar de darle unas palmaditas a la bestia a ver si me revuelca alguito por allá adentro y me sale de una vez por todas el cuento de Nueva York.

Mientras esto ocurre, me dedicaré a tratar de descomponer en partes esa maldita obra abstracta tipo Pollock, Braque, Kandinsky, que dejó Nueva York en mi cabeza:


Parte uno.
Taladro para los pies, bálsamo para la mente.


El hecho de que no tenga una pataleta para escribir sobre NY, no quiere decir que no haya hecho pataleta en el paseo. Ay Dios... si me hubieran visto.
La verdad es que rompí las pelotas a lo que da, y para honrar mi naturaleza quejumbrosa (en eso me parezco mucho a los argentinos) me dediqué a protestar como presidenta de sindicato contra las largas caminatas turísticas que, por obligación, tuve que dar para cubrir por entero el perímetro de maravillas Newyorkinas.
Sin embargo, mientras mis extremidades inferiores sufrían las inclemencias del eterno caminar y cada paso iba despertando en mi musculatura (si se le puede llamar así a este ripio) las secuelas de toda una vida de malas posturas; mi cabeza nadaba como cisne de cristal en un pozo lleno de mensajes publicitarios, ropa nueva, comida hindú, despreciables mujeres demasiado guapas y bizcochos dolorosamente gays.
Al final una inflamación de rodilla y una lesión menor en el tobillo izquierdo fueron mi coartada para escaparme a retozar como león marino sobre los verdes pastos del Central Park cada vez que podía.


Parte Dos.
Lo único aburrido de Nueva York son los gringos.

Y qué le vamos a hacer... por más amables que sean, no dejan de ser lo menos emocionante de Nueva York. Es que son tan predecibles, su leve trastorno mental está tan televisado, tan visto, tan aprendido a la fuerza.
Si alguna vez hubieran cerrado el portón de inmigración en NY, la ciudad sería como el spaghetti al burro: insípida, desabrida y carente de color.

Durante mis 7 días en NY ví flotar en el aire espesos nubarrones de sabrosura foránea, vi a los dragones orientales exhalando su olor a soya, garabatos japoneses caminando junto a mi, chorros de caribe haciendo transfusión, inyectándose como virus en el cuerpo estadounidense... y toda esa conmoción siempre vino de afuera, de across the seas, de la japonesita que oía hip hop, del hondureño que hacía yoga y de la colombiana que no podía creer sus ojos.
Nunca algo de eso vino de los gringos; de ellos sólo tuve la sensación de que no eran nada nuevo, su acento siempre me fue familiar, su comida ya la había comido, su música ya la había escuchado y de su humor yo ya me había reído.

NY fue algo así como pasearse por una feria mundial. Nunca tuve que hacer sellar mi pasaporte para ver a un italiano atender con fervor su restaurante, ni para consentir al perrito de un coreano en una tienda budista y tampoco para bailar al ritmo de una tumbadora en pleno muelle de Coney Island.

A nivel meramente conceptual, NY no se aleja mucho de aquella atracción mecánica de Magic Kingdom, en la que uno viaja en un barquito mientras, por todos lados, salen a saludar Chukis vestidos con ropas de todos los países del mundo cantando Its a small world after all.


Parte Tres.
WTF?

De NY hubo muchas cosas que se quedaron por fuera de mi entendimiento, cosas que me fue difícil comprender.
Digamos que yo me hago la muy globalizada, pero en verdad no lo soy tanto; todavía soy muy de monte adentro, una amañada del tercer planeta, y entrar a la nave madre del primer mundo me causó, en contra de todos los pronósticos y casi por reflejo natural, un apego anormal a mis ideas tercermundistas.
Digamos que cuando me vi más allá de las compuertas, rodeada por todo ese montaje extraterrestre del primer mundo, lo único que supe hacer fue agarrarme como sanguijuela a mi terreno firme, a mis primitivas concepciones de la vida.

Mientras caía en cuenta de que la letra "E" era para "Elevator" y no para la línea "E" del metro que yo esperaba hacía más de media hora, mi cabeza comenzó a parecer un calabozo donde las preguntas, asinadas, parecían no encontrar la salida:

¿Por qué un martes a las 2 de la tarde el Central Park está repleto de familias enteras en actitud de domingo feliz?, ¿es que la gente aquí no trabaja?, ¿cómo así que trabajan por horas?, ¿cada uno es dueño de su tiempo?, ¿qué significa eso?, ¿por qué un lunes en la noche los bares están tan llenos de borrachos como los viernes?, ¿que aquí alcanza la plata para salir todos los días?, ¿ y por qué nos toca caminar tanto para agarrar el bus?, ¿como así que el bus sólo sube pasajeros en los paraderos?, ¿cómo así que puedo pagar el bus con la misma tarjeta del metro?, ¿y por qué en el metro los vendedores venden M&M´s® en vez de BaBaDeCaracol´s®?, ¿y cómo así que el metro pasa por debajo del mar?, ¿y por qué me siento como una hormiga?, ¿cuánta gente podrá trabajar en semejante barbaridad de edificio?, ¿el Brooklyn Bridge se balancea o es mi impresión?, ¿que uno se puede vestir como se le da la gana?, ¿que aquí a nadie le importa nada?, ¿esto es Nueva York?...

¿What the fuck?


Parte cuatro (y última, por amor a Dios).
Conclusiones primaverales.

Después de toda esta necedad y hasta una próxima visita, de Nueva York solo podré decir que para mi fue Absolutamente Increíble, odiosamente gigante, tan poco gringa, tan atrevidamente mundial, una desgracia inevitable para mi bolsillo, una visión tibia en primavera, un lugar de violentos recibimientos y muy nostálgicas despedidas.
NY da alas, a los turistas, a las compradoras compulsivas, a la genética de las ratas callejeras, a los trastornos de personalidad, a los vaqueros nudistas y a los gorditos de la panza.

De NY no pude escribir algo coherente, porque no es una ciudad razonable, ni adivinable, ni memorizable.
...


Agradecimientos:

No puedo dejar pasar esta oportunidad (léase en acento de Grammy, Oscar, o Billboard) sin agradecer a mi anfitriona en NY, una princesa de quien acostumbro decir "es mi mejor amiga". Tengo que dar las gracias a esa mamacita de patas largas por haberme soportado durante 7 días, por ser vegetariana y haberme evitado los perros calientes de la calle y las grasosas pizzas de 1 dolar, y porque, a pesar de mi pereza caribeña, tuvo mucho éxito en su intento de regalarme unos días completamente felices, mientras nos dejábamos caer hondo en nuestra iniciación a la primavera de Nueva York.