Esta es una recopilación de algunas "malacrianzas" que he escrito y de algunas que escribiré durante los días y las noches que siguen. Perdonen las faltas de gramática, pero a los publicistas no nos enseñan esas cosas en la universidad. Ya me ocuparé yo de tomar los cursos respectivos. Espero que disfruten estas ocurrencias tanto como yo.

foto por James Christopher

miércoles, 27 de enero de 2010

De mis fiestas patronales.




Ultimamente se me anda saliendo el pueblo por los poros.


...Aunque no siempre fue así...

Cuando estaba chiquita siempre me avergonzó no haber nacido en Bogotá como todas las niñas con las que estudié en el colegio; me avergonzaba haber nacido en un pueblo cuyo nombre nadie había escuchado antes y sobre todo me apenaba tremendamente que mis amigas se burlaran de mi cuando me oían hablar por teléfono en mi mejor acento costeño/sabanero con mi empleada del servicio quien, por supuesto, es de un pueblo vecino al mío.

Cada vez que alguien me preguntaba dónde nací, yo vacilaba un poco antes de dar la respuesta, pequeñas gotas de sudor me inundaban las palmas de las manos y entre sonidos guturales lo escupía finalmente: "yo nací en Cereté"...

A esto siempre seguía un ¿¿¿¿¿¿¿ dóóóóóóóndddeee?????? que calaba en mi cerebro con todos sus ecos y retumbaba en mi pendeja reputación como un letal campanazo.
Acto seguido me ponía siempre en la tarea de explicar con lujo de detalles la ubicación geográfica, piso térmico, altura sobre el nivel del mar y particularidades culturales de mi tierra natal, lo que se traducía en: es el segundo pueblo más grande y próspero (esto último se dice sólo por amor) del departamento de Córdoba, con una temperatura promedio de 35º a la sombra, dependiente de la ganadería y la agricultura, y por supuesto, tierra de corralejas y porros sabaneros, de vallenato endemoniado y mujeres carnuditas (cabe aclarar que, en la sociedad en la que me crié, la idea de un porro sabanero resultaba igual o más exótica y suscitaba aún más preguntas, que el mismo nombre de mi tierra).
Después con elevados aires de poetisa afirmaba: "Cereté tiene mucho de Macondo y Macondo tiene mucho de Cereté".

Yo no nací en Cereté por casualidad, ni por cosas del destino, sino porque así debía ser. Toda mi consanguinidad materna pertenece a esas tierras sabaneras.
No sé por qué a mis padres les pareció un buen plan irse a vivir a un pueblo (después de haber vivido todas sus vidas en ciudades) y parirme allá. Los avances de la ciencia cereteana fueron los responsables de que yo haya nacido con un día de atraso y de que el primer tramo de la cesárea se haya trazado en la panza de mi santa madre sin una gota de anestesia.

Toda mi infancia estuve avergonzada de mis raíces, pero gracias a que crecí en Bogotá pude disimular mi naturaleza pueblerina y penetrar con naturalidad en todos los círculos sociales. Mi figura lánguida, ojerosa y mi falta de carnes, me ayudaron a parecer oriunda de cualquier otro lugar. Aprendí a hablar como todas las niñas "bien" de la ciudad, y adopté con destreza todos los ademanes y gestos de alguien que nació en la Clínica del Country.

Sin embargo bastaba con entrar por la puerta de mi casa para darse cuenta de mis coloquiales costumbres, empezando por la Kola Román como única bebida en la mesa, el arroz con pollo servido con un banano recién pelado, la chicha de corozo en la nevera, los bollos de maíz, las galletas de pueblo (de limón), la pulpa de tamarindo y todas las encomiendas que generosamente enviaban mis parientes desde Cereté.

Pero fue sólo hasta hace unos años que logré quitarme esa tremenda idiotez de encima. A medida que pasó el tiempo logré despojarme de ese complejo tan imbécil con el que me crié.
Aunque mis caderas nunca se ensancharon como las de las costeñas, mis boobies no crecieron jugosas y encerradas en ropa apretada, y aunque todavía prefiero el silicio antes de ir a un concierto de vallenatos; ahora sé que la dosis de pueblo que viaja por mis venas puede resultarme muy útil si la dejo correr con cautela por mi vida. Es cuestión de sacarle el provecho necesario, explotar eso de la malicia, sentir placer en el sofoco, soñar con siestas milenarias, hacer del mecedor un trono y del abanico el mejor de los amigos.

Carajo, qué lindo.


La próxima vez que alguien me pregunte dónde nací, lo diré con cojones, recitaré un verso de mi paisano Gómez Jattin y cantaré esa canción de Lisandro Mesa que dice:

"Con un guayabo llegué a la Yé, emparrandado a Sahagún yo entré y las muchachas como lloraban, cuando me fui para Cereté".



lunes, 18 de enero de 2010

La venganza de los Nerds "Reloaded"


No suelo dar muchas quejas con respecto a la moda, porque generalmente voy flotando en sus tibias corrientes, untándome de cuanta cosa sale nueva y cambiando mi armario a la velocidad con la que cambia el ímpetu de los diseñadores.
Sin embargo, hace unos meses, mientras disfrutaba de mi plácido viaje río abajo, me tropecé con una bandada de "gafufos" que por poco me hacen salir huyendo de las aguas plateadas para nunca más bañarme en ellas.
Al principio creí que eran sólo una manada de nerds sueltos de madrina, que se multiplicaban como conejos bailando en las discotecas con sus enormes gafas de marco negro. Me pregunté si serían discípulos de Woody Allen, o tal vez de Le Corbusier, así justificaría el origen de esos inmensos lentes, con un argumento razonable (no me pareció tan descabellado pensar que alguien rinda homenaje a otra persona usando sus mismas gafas. Al fin y al cabo todos los mamertos de la universidad pública siempre han rendido homenaje a Lennon usando esas gafas perfectamente redonditas) pero no encontré justificación para semejante payasada.

Lo que pasa es que no entiendo este nuevo concepto de nerds - basura, es decir todos los bobitos y pendejitas que usan estas gafas andan vomitando aguardiente en cada esquina, moviéndose como rockstars en las mejores discotecas y claramente, ninguno pertenece a algún club de álegbra o ajedrez.
También los hay middle age: los gafufos más creciditos generalmente pertenecen a ese odioso gremio de fotógrafos, "artistas" y figurines colombianos que con poca humildad y mucha arrogancia se riegan en prosas "conceptuales" para hacerse notar. Me pregunto si a través de semejantes gafas estos personajes no alcanzan a ver que quienes hacen arte de verdad, son los que menos se visten como artistas. (esto lo leí en algún lado, estoy parafraseando una idea que me encantó).

Además de causarme repelencia, debo aceptar que me divierte en cierto grado malicioso ver a esos gafufos re flacos que se ahorcan abotonándose la camisa hasta el cuello y usando esas corbatitas como las del cantante de The Killers (sólo a él se las perdono, no por buen cantante, sino por churrote), bailando a sus anchas, orgullosos de llevar las gafas que robaron a sus abuelos. Y aún más divertido es ver a las niñas gafufas que seducen a cualquiera mirando por encima del marco, haciéndose las torpes, torciendo los pies cuando les toman fotos. Pareciera que tuvieran su propio manual de seducción, en el que las grandes gafas de marco negro son más efectivas que cualquier labio rojo o escote profundo.

Yo todavía no logro comprender del todo cómo es que pudo haberse propagado tanto esta moda nerd, si en mis tiempos ser gafufo era un motivo de rechazo. Llevar esas grandes gafas de marco negro era símbolo de una pobre vida, que sólo encontraba refugio en los clubs de fans oficiales de Star Trek y en los rincones más oscuros de todas las fiestas, a donde no llegaba ni el sonido de la música. Pero parece que ahora ser nerd es de lo más popular.

El otro día intenté ponerme unas de esas grandes gafas de marco negro, a ver si me hacían lucir como si acabara de ver una maratón de Wong Kar Wai, o como si hubiera estado oyendo Sigur Ros por horas, pero lo único que conseguí fue una versión atontada de mi misma. Me veía total y absolutamente boba.

Creo que eso de ser nerd for free, definitivamente no va conmigo.

miércoles, 6 de enero de 2010

"Su solicitud de visa ha sido denegada"

Ser colombiana nunca me había molestado antes. De hecho desde niña siempre disfruté las bondades de la sangre caribeña, bailando prodigiosamente la cumbia cienaguera en las presentaciones del colegio y desayunando con níspero y zapote todas las mañanas de mis vacaciones.
Ser colombiana me trajo uno que otro admirador durante un summer camp en Toronto, en donde los canadienses me miraban como si fuera un animalito de contrabando y despertó el interés de otros buitres y aves de rapiña cuando viví en Buenos Aires. A mi desorbitado ego le sentaba muy bien la colombianidad.

Pero un día decidí viajar a europa y entonces quise vaciarme las venas para llenarlas con sangre de otro país.

No entiendo a qué se refieren quienes afirman que la peor desgracia de un colombiano es la violencia y de ahí todo lo que desencadena, que no me voy a poner a repetir aquí. No lo entiendo, porque hace poco me dí cuenta que la peor desgracia de un colombiano es tener que pedir una visa (sólo hay 15 países en el mundo que no exigen visa a los colombianos)

Decidí pedir una visa Schenguen por intermedio del consulado Español. GRAVE ERROR.
Es mi castigo por leer el periódico sólo cuando me ataca la aburrición. Si lo leyera a diario sabría que más de la mitad de los colombianos que logran ir a España son incubadores de todo tipo de delitos y malas mañas.
Así que llegué al consulado Español en Bogotá, con una atadura de nudos en el cuello gracias a todos los papeles que tuve que reunir en pocos días, y me ví rodeada de toda clase de personajes, en su mayoría de esos que se pueden encontrar retratados en los carteles de "Se Busca". Sentí inseguridad, pero había ordenado mis papeles con un cuidado inusual, así que me tranquilicé.

la funcionaria, una española amable pero bastante impaciente, recibió mis papeles, los ojeó y mientras fruncía el ceño, comencé a sospechar que algo andaba mal. Miré a mi novio, a quien la señora interrogaba con malicia acerca de sus viajes a Rusia, y él estaba igual de confundido. (Luego nos reímos de esas preguntas, pensando que lo habrían tildado de físico cuántico o comunista).

La vieja nos miró con un dejo de sobradez y nos pidió que regresáramos en 8 días para conocer el veredicto del consulado.

Durante esos días hice toda clase de ejercicios mentales de esos que me enseñó mi sicólogo para convencerme de que la respuesta sería positiva. De hecho fui muy honesta con mis papeles, declaré mis ingresos, mostré mis cartas laborales y demás exigencias. Estaba hasta orgullosa de mi corta historia bancaria y de toda la plata que ahorré llevando el almuerzo en porta - comidas a la oficina.

A los 8 días volví al consulado español. A medida que ancianitas, delicuentes y puticas recibían sus veredictos, me sudaba la parte de atrás de las rodillas y las dudas bajaban como truenos por mi panza. "Su solicitud de visa ha sido denegada" nos gritó el encargado antes de que pudieramos llegar si quiera a su puesto. Nos recitó nuestros derechos como si nos acabaran de condenar a cadena perpetua y como premio de consolación dejó abierta la oportunidad de apelar.

Apelar mi trasero.

Lo que más me molesta de todo esto, además de haberme quedado sin vacaciones y haber perdido 400 euros en pasajes de Madrid a París y Barcelona; es lo que pensé cuando el gordo del consulado nos rechazó: Quisiera haber nacido en otro país. Qué dolor, hasta ahora mi colombianidad me había hecho ganar muchos puntos, pero esta vez todo fue una gran pérdida. Maldije a mi patria, quise quemar mi bandera, y despotriqué contra ese ancestro, general del ejército español que en las épocas de la colonia vino a parar a esta tierra para regar por toda ella las semillas de mi ascendencia.

Pospuse el viaje para el próximo verano europeo, pero estoy pensando, que en vez de volver a pedir la visa, sería más fácil construir una réplica del navío de la Santa María y atravesar el atlántico a punta de vela, hasta llegar allá.

Al fin y al cabo el papeleo y la marea dan las mismas ganas de vomitar.

martes, 5 de enero de 2010

Contra el Horóscopo

Texto escrito por mí y editado por N. Vallejo para la revista LEVEL.

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Aunque es difícil creerlo, en el mundo hay gente que no sale de casa sin leer el horóscopo. Bueno, existen otros que no salen de casa sin mirar el Weather Channel, pero ese es útil, por lo menos para ahorrarse un gran catarro.

El club de fans y devotos del horóscopo es grande, muy grande.

Más grande que el de las galletas de la fortuna.

Y es que confiarle la suerte a un puñado de estrellas suena hasta más sensato que depositar nuestra poca fe en un Todopoderoso. Para acceder a las revelaciones astrales al menos no hay que darse golpes de pecho ni peregrinar de rodillas por caminos pedregosos. Tampoco hay que pagar mucho –a menos, por supuesto, que se haya caído en las tenazas de Walter Supermercado–: tan solo basta con abrir de par en par el periódico de la mañana, prender la tele, buscar por Internet o inscribirse a uno de esos servicios que envían los secretos astrológicos a diario a cualquier teléfono celular.

Un consejo vale nada más 99 centavos de dólar.

Sí, es más sencillo dejar la vida en manos de las constelaciones.

El típico horóscopo está escrito en términos tan generales que lo mismo podría funcionar para determinar la vida de una vaca en el campo. De una vaca Sagitario. Ya me imagino a los redactores encargados de garabatearlo, expertos astrólogos atentos a la bóveda celeste, interpretando la escritura de los cielos.

Sí, claro.

Los dueños del negocio saben que el hombre promedio suele estar necesitando un asidero firme en este mundo que siempre se le presenta tan abismático. Ellos saben que una lectura tan genérica no basta, que la gente necesita una guía más concreta que el simple “Velas blancas, muchas velas blancas”, y por eso siempre están dispuestos a ofrecerle una lectura más personalizada: y claro, entre más pague, tendrá información más detallada sobre esa mujer que está detrás de su marido, sobre el negocio que le espera a la vuelta de la esquina, sobre qué echarle a la sopa, sobre dónde poner su plata.

Ay, Dios.

Y es que nada resulta más tentador que husmear en el único terreno que se nos está verdaderamente vedado: el futuro, ni nada más práctico que organizar nuestra vida según lo dicten los astros. Que como soy Tauro entonces nací para reproducirme. Que si somos Aries entonces no nos convienen los Capricornio. Que esa es Piscis entonces se orina en la cama. Que ese es Sagitario entonces es tarado. Que como ese es Leo entonces y los Leo son muy “artistas” entonces no me sirve para este trabajo. No contentos con los de siempre, ahora tenemos otra categoría de prejuicios: los zodiacales.

Vaya…

Según la pseudociencia zodiacal, cada carácter está determinado por la fuerza que los astros ejercen sobre él. En ese orden de ideas, si a usted le da por robar un banco, por pegarle a su mujer o por salir a la calle sin ropa, no es realmente su culpa: es culpa del cielo. Así las cosas, los delincuentes deberían utilizar el horóscopo como argumento de defensa. De esta manera, en los juicios no sería extraño escuchar declaraciones como “¿Y yo qué culpa? Soy Mercurio Señor Juez”.

Entre los pliegues del espacio también se ocultan nuestras mediocridades.

Hay personas que consultan el horóscopo para elegir desde su carrera hasta en qué lado de la cama dormir. Hay quienes no se cortan el pelo si la luna no está en cuarto menguante. Hay quienes dejan sus faenas sexuales para cuando su astro esté en su punto dominante. También, por supuesto, existen aquellas que no se atreven a pisar el altar si su pareja no es de un signo compatible. Así es. Casos se han visto de novias que rechazan el anillo con frases como: “Lo siento, Lázaro, pero para casarnos te tocaba nacer de abril 19 a mayor 21”.

Lo que llaman “fatalidad”.

Hay cánceres que no se casan con escorpiones. Rounds a muerte entre tenazas y aguijonazos. Hay primeras citas frustradas por una pregunta clásica. Y es que ese “¿Qué signo eres?” puede ser tan fatal como las sentencias de ese hombre con cara de señora llamado Walter. Peor aún cuando el interesado no pregunta, sino que, fiel a su olfato supersticioso, intenta adivinar nuestro signo para luego encasillarnos y anularnos: “Tú debes ser Aries, ¿verdad? Los Aries suelen ser así: inestables”.

Malditas sean las constelaciones y sus designios.

Si estás intentando seducir a alguien, toma nota: no saques a relucir tus dotes psíquicos y/o paranormales: ESPANTAN. Si quieres un novio o un trabajo o unos senos de silicona, no los busques en las estrellas.

Que si las estrellas son estrellas, es porque son caprichosas.

Miss Universo, la carcajada real

Texto escrito por mí y editado por N. Vallejo para la revista LEVEL.
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En el fondo de esta fantasía de escarcha y lentejuela, hay un mundo de morbosa diversión, cien veces mejor que el Show de Cristina o que las telenovelas de Telemundo y Univisión. ¡Ja!

Por Lina Tono
Ilustraciones por John Giraldo

Miss Universo es un concurso que pretende elegir a la mujer más bella, no de este planeta, no de esta galaxia, sino de TODO el Universo. ¿No suena eso pretencioso? ¿Cómo saber que en otros horizontes no hay “mujeres” más hermosas que las nuestras? Ahora, si nos limitamos solo a las de la Tierra, ¿cómo decidirse entre una despampanante rusa con piernas de dos metros y piel de porcelana que tiene como hobbie es ser madre sustituta de ocho huerfanitos africanos, y una latina que está más buena que la mismísima Eva Longoria? ¿Cuál es el criterio de selección? Esta parece ser una tarea imposible, pero no: al final de la velada siempre hay reina. Y virreina y princesa y…

Vaya…

Pero bueno, no todo es negativo: al contrario.

He aquí algunas buenas razones para gozarse esta experiencia. Atención.

LA PRESENTACIÓN
Una por una salen las misses a presentarse ante el público, vestidas de lecheras, campesinas, bailarinas de polka, como si fueran los muñecos mecánicos de It’s a Small World de Disney. Algunas se adornan con plumas de aves en vía de extinción. Otras visten ponchos con bordados de ríos y valles y demás accidentes geográficos. La japonesa, por supuesto, viste kimono. Y luego llega el momento más sabroso, cuando abren sus bocas para emitir, en lo que parece ser inglés, locuciones como:

“Gudivnin’ mai neim is Yurleidi Kumbaya enai reprezen’ da biurifol condry ov Swazilandia"

Un momento... The what? ¿Acaso dijo “Swazilandia”?

Sí, los reinados siempre son una buena excusa para conocer países nuevos, algo así como una lección de geografía impartida por profesoras en bikini. Divertido, ¿no?

EL 90 – 60 – 90
Los procesos de latonería para esculpir el famoso 90-60-90 son varios. Entre otros procesos recomendados, podemos destacar la huelga de hambre, la anorexia, la bulimia, el quirófano… Lo curioso del asunto no es tanto esto, sino que,después de todos los esfuerzos, hay señoritas que simplemente no lo logran. Y no es que esto sea malo. La pregunta es: ¿cuál es el objeto de escoger una reina sobre medidas? ¿Es que no hay mujeres gruesas hermosas? ¿Es que no hay delgadas alucinantes? Como parámetro de belleza, el de Miss Universo –de nuevo, las paradojas de lo “universal”– está bastante limitado. Y es que hay que aceptarlo: el 90-60-90 es muy, pero muy aburrido.

LOS ACCIDENTES
Este episodio nunca falta en este tipo de ceremonias donde sobran los tacones, las escaleras y los mármoles falsos. Es gracioso ver cómo se les pixela la sonrisa a estos especímenes de Revlon y Max Factor, entrenados para nada más que para hacer cara de tarta, mientras se desmoronan, cual potro recién parido, desde las alturas de sus propios zapatos. Lo más cómico son los segundos posteriores al tropiezo: ver cómo intentan recomponer, en vano, las piezas del protocolo, mientras el mundo entero atestigua su fiasco. ¡Plop!

EL DESFILE EN TRAJE DE BAÑO
El momento más cuchi-cuchi de la noche. Aparte de que no hay nada más absurdo que una mujer en bikini y en tacones –¿acaso te vas a poner eso para ir la piscina o para la playa?–, resulta un poco curiosa la situación: el mundo entero evaluándole, literalmente, las carnes a las candidatas, como si la cuestión fuese una feria de ganado. Este es el único momento en el que los maridos del mundo entero tienen el permiso oficial de sus esposas para apreciarle el trasero a otra dama. ¿Y qué significan esos moretones en las pantorillas? ¡Por favor! Y a todas estas, ¿por qué no hay desfile en piyama?

EL DESFILE EN TRAJE DE GALA
Para reírse con ganas, hay que ponerse los lentes y ver en detalle esta parte del espectáculo: cuando la noche se convierte en una colorida fiesta de Halloween. Entonces aparecen pavos reales, Little –y no tan little– Mermaids, Helenas de Troya y hasta Walteres Mercado. ¿Y qué decir de las que se confunden de reinado y se visten como si fueran a desfilar en el del pueblo o en el del carnaval de la verbena? Todo un despliegue de lo que, en este caso, sería la “baja costura”. Por Dios: ¡que alguien llame a Lagerfeld!

LOS SHOWS
Entre cada uno de los segmentos que componen un reinado, se suele colar algún tipo de acto musical. Ahí hemos visto a Elvis “El masturbador aéreo” Crespo y a Chayanne, entre otras muchas damas y caballeros que suelen entonar sus himnos en estos certámenes, generalmente entre las misses que posan a su alrededor, quietas y aristocráticas como cisnes-estatua. Por supuesto, esta interpretación musical no es en vivo, por lo que, más gracioso aún, resulta observar la manera en que el artista intenta mantener su acto –y su peinado– en sincronía con su farsa.

LA RESPUESTA DEL MILLÓN
Nuestro momento favorito: la hora de responder a las preguntas del jurado. Aunque algunos afirman que “A preguntas tontas, respuestas tontas“, es difícil encontrarle explicación a respuestas como: “Confucio fue el chino-japonés inventor de la confusión”, cortesía de una reciente Miss Panamá. ¿Será que los apretados corsés bloquean la circulación, reduciendo el paso de oxígeno al cerebro? No lo sabemos, pero, afortunadamente, en este momento de la velada los trajes siempre serán apretados, para que podamos seguir disfrutando de las brillanteces de estas enciclopedias humanas.

LA EX
¿No debería estar triste una Miss Universo por dejar el trono? Mm… para nada. Luego de un largo año de estar sometidas a la engorrosísima rutina de visitar albergues de moribundos y centros de desahuciados, estas cenicientas están que botan la corona hace rato. Mientras desfilan por última vez con esa costosísima joya –cuyo valor más bien debería invertirse en obras sociales–, en sus frentes se puede leer clarito: “I’m done suckers!”. De ahí que el “adiós” de la soberanas no lo sea tanto; es, más bien, un “¡A Dios gracias!”

LAS PERDEDORAS
Uno de los momentos más espectaculares: la reacción de las que se quedan sin corona. Aquellas que pasan a la historia como las grandes derrotadas, recuerdo que, sin duda alguna, las atormentará toda la vida, causándole a muchas traumas irremediables. Mientras la ganadora llora a moco tendido, luciendo una corona torcida y una cara desangrada por el rimmel que se le escurre por las pestañas, las demás ladies sacan a relucir su alegría ficticia, como si la derrota no las afectara. Todas abrazan y apretujan a la nueva reina universal, haciendo un esfuerzo inhumano para que no se les note la envidia que les corroe las entrañas. A leguas se ve que mientras susurran su “Congatulations sweetie!”, lo que realmente quieren decir es: “I’m gonna kill you bitch!”.

MAROMAS DE LA CORONACIÓN
Una vez elegida la reina, bastantes son los malabares que hay que hacer para poner la inmensa corona en su pequeña cabeza. Primero lo intenta ella, pero la tembladera se lo impide, al igual que su afro, el ramo de flores y el cetro y la uña falsa. Y el llanto. Luego la auxilian las princesas y nada. Entonces acuden las chicas de protocolo, los presentadores y Walter Mercado, y cuando finalmente logran coronar entre todos a la reina, los fotógrafos disparan. Al otro día, las primeras páginas de los diarios del mundo entero la presentan: “Universo: esta es tu nueva soberana”. ¿Esa loca llorona y despeinada?

Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?

Lecciones de salsa para el Tío Sam

Este texto también fue escrito por mí y editado por N. Vallejo para la revista LEVEL (no sobra un agradecimiento a mis estrellas de Fania, que me sacudieron toda la arena de coco para poder escribir esto y al Doctor Cesar Miguel Rondón, cuyo libro sobre la salsa hizo las veces de diccionario y de biblia para mi artículo).
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Si el mister quiere desoxidar el esqueleto, he aquí cómo introducirlo a la máxima ciencia del sabor.

Récele a Tito, dese la bendición, derrame en el suelo algo de ron para los santos, recite siete veces “Químbara, cumbara, cumbaquím bam bam” y siga, uno por uno, los cinco pasos que vienen a continuación.

Si el gringo quiere desencuadernarse, es hora de enseñarle la lección.

Lección #1
Antes de mandarlo pa’ la pista, donde suena esa furiosa melodía que Richie Ray y Bobby Cruz bien bautizaron como “Sonido Bestial”, debe preparar al norteamericano para la acción, pues si bien este viene del país de Rambo y G.I. Joe, no nació propiamente preparado para bravear en este tipo de situación.

Para bailar salsa antes hay que entenderla, por lo que no sobra una breve History Class. Cuéntele que la salsa más popular nació en su casa, pero también en la nuestra, que fue algo que construimos entre los dos, que brotó entre las calles del llamado Spanish Harlem y en grandes salones de baile como el Cheetah, donde se reunieron por primera vez, en 1971, unos jóvenes que más adelante serían una constelación de estrellas, las de la Fania, en una primera descarga que representó el inicio de toda esta expresión y que marcó la historia de la música latina para siempre. Cuéntele que la salsa nació como una respuesta de los músicos latinos ante la marejada de pop que llegó a los Estados Unidos a principios de los 60, de la mano de The Beatles, que fue el oxígeno que animó ritmos moribundos como la charanga, el montuno, el mambo y el son.

Cuéntele a ese gringo que la salsa no es un género. Dígale que es una religión.

Y si no le cree, háblele de Héctor Lavoe.

Lección #2
Si el gringo se pone animoso, cálmele la brincadera y manténgalo quietico con una llave de karate. Luego oblíguelo a observar, porque para saber bailar hay que saber mirar.

Que mire, que vea, que la salsa no se baila con el cuerpo, sino con las entrañas y con las penas. Que no se trata del viejo “un, dos, cha, cha…”, porque los pasos son lo de menos: para bailarla hay que dejar el cuerpo en la puerta e ir adentrándose en la pista con el alma. Con la vida entera. Será difícil que lo entienda, pero insístale en que se regale a la voluntad de las tumbadoras, al golpe impetuoso de los timbales y al crudo aullido de los trombones que introdujo en la salsa el propio Willie Colón, esos sonidos violentos, como los gritos desesperados del latino oprimido en un barrio marginal de Nueva York.

Si el gringo se le asusta con el karate, métale un ron doble y hágale un pequeño quiz para que aprenda que la salsa es música de barrio de inmigrantes de la sierra, del monte, de la playa, música del trópico de cemento, del mar de asfalto.

Dígale al gringo que la salsa es música del caribe urbano.

Ahora, si el mister se antoja mas de lo debido y quiere aprender a sandunguear antes de tiempo, que se unte de maleza, de arroz con habichuela y de carne “guisá”, como lo cantaría el Gran Combo de Puerto Rico. Y cuando haya terminado, preséntele al guapo del barrio para que aprenda a respetar. Que sea el mismo Juanito Alimaña quien le de un paseo por las esquinas, que le muestre cómo es que se baila, porque a quebrar las caderas se aprende es esquivando unos cuantos problemitas.


Lección #3
Métalo a la pista de baile de a poquitos. Por cada paso, un traguito. Por cada torpeza, un regaño: “Agúzate gringo que te están velando”, diría Bobby Cruz.

Recuérdele al dude que la salsa es violenta pero elegante, que esta selva es cruel pero sobrada en estilo. O en sus palabras, en styling. Por lo mismo, dígale que es hora de un makeover. Encuérelo, bótele la t-shirt y despéinelo bien. Sobre el pecho, cuélguele una cadena de oro macizo, ojalá con un crucifijo. Dígale que para bailar salsa hay que vestir bien. Que tome ejemplo de Jhonny Pacheco, de lo que usó para dirigir la descarga inicial en el Yankee Stadium de 1973, frente a 40 mil espectadores, en un show que pasaría a la historia pues evidenciaría el boom definitivo de la salsa.

Solo entonces quítele los sneakers y póngale zapatos de charol. Y si se niega a desabotonarse la camisa de seda, pídale al viejo Willie que le grite “¡Échate pallá, que tú no estás en ná!”, para que Mister Washington se ponga bien bravo y bien maloso y así la salsa le brote como es; o sea, del instinto de conservación.


Lección #4
Acérquese al DJ y pídale “Salsa y control” de Los Hermanos Lebrón. Esa que reza “Levántate man y ponte duro”. Ya dentro de la pista, consígale una buena mulata que le maree la existencia, dígale que se deje amacizar, apercollar y atarzanar por ella. Deje que aprenda a su manera todos los sinónimos de apretar, porque la salsa se baila es así: apretá. Dígale que no sea tan “polite”, que la salsa es para necios y malandros. Y si se niega a moverse como ha de ser, mándelo a ver cómo bailaba en los conciertos Roberto Roena, el gran conguero de la Fania All Stars, para que aprenda cómo es que vacilan los caballeros de verdad.

Ahora, si el mister se emociona y comienza a gritar “¡Rrrumbaaa!”, párelo en seco antes de que asuste a la morena y dañe las maracas, déle su dosis de buen rejo y dígale que la rumba definitivamente no es la que intentó bailar Jim Carrey en The Mask y mucho menos esa fanfarria de mariachis que retumba por todo Norteamérica como la expresión máxima de la música latina. Escríbale en la frente y con tinta indeleble que no todos los latinos somos mexicanos, que somos Centro y Sur América. Que somos muchos ritmos pero una sola pluralidad.


Lección #5
Antes de que el gringo mate a pisotones a la hembra, recuérdele que pisar no está dentro del programa y más bien vaya dando por terminada la lección. Y es que la salsa no se aprende en la academia, pues más allá del cuerpo está la esencia y esta no se puede enseñar en un salón. Esta corre por las venas y se afina en las esquinas de los barrios, de generación en generación. Entonces si el alumno no mostró mejoría a estas alturas, como última opción queda ir a un hospital y pedir una transfusión, porque es que para bailar salsa definitivamente hay que haber nacido con el chip montuno ya instalado en el corazón.

Ya si esto no funciona, mejor dígale al gringo “I’m sorry my friend”: si nos volvemos a encontrar más adentro del Caribe en la otra vida, esta historia tendrá un final más feliz para los dos. Y es que, como diría Ismael Miranda, “Yo vengo de monte adentro: qué rayos si tengo sabor”.

Latin Jazz, música pal’ supermarket

Este artículo fue editado por mi buen amigo N. Vallejo y fue publicado en la revista LEVEL que hasta hace muy poco circuló en Miami (Los fuertes vientos nunca debieron habérsela llevado).

La voz parece salir de las habichuelas. De las neveras, las congas. Soundtrack oficial del grocery store. Música de fondo para cualquier ritual de compras.

Así como el efecto sedante del easy listening nunca ha de faltar en el consultorio odontológico –pues cuando nos van a sacar las muelas no nos van a poner, precisamente, death metal–, el latin jazz se ha convertido en la música perfecta para amenizar la sagrada ceremonia de las compras. Entonces, si usted es amante de los ritmos afro-cubanos –y sobre todo, de las degustaciones– agarre el carrito con las mejores ruedas, amarre al bebé para que no se le salga de la silla y comience a disfrutar, entre las abarrotadas góndolas de Publix, de este bálsamo para el espíritu.

De esta música para hacer grocery shopping.



No es una buena idea hacer mercado con los Sex Pistols de fondo. ¿Se imagina el espectáculo de carritos volcados, mostradores rotos y cajeras raptadas en el súper? Tampoco es recomendable elegir hortalizas cuando en el ambiente arremete Lars Ulrich contra su batería. En cuanto al jazz norteamericano convencional, ni hablar, pues tan volada improvisación y densidad perjudicaría seriamente el sano juicio del terrícola a la hora de elegir entre crema de tomate y corazones de alcachofa.

Y no es lo ideal.

Ideal, por el contrario, resulta acompañar el ritual semanal con la percusión de Mongo Santamaría, los atrevimientos del trompeta Mario Bauzá o las psicosis pianísticas de Chucho Valdés, quienes, al lado de muchos otros melomaniáticos, llevaron nuestra música a otro nivel.

Entonces, deje a un lado la lectura de nutrition facts –igual, es bien sabido que todo eso es pura bs– y diríjase a la sección de la “Manteca”, porque fue así que el mismísimo Dizzy Gillespie, en la década del 40, junto a los cubanos Frank “Machito” Grillo y el conguero Chano Pozo, bautizó a la primera gema del género: una joya que reúne a dos de los cachetes más inflados del jazz con las manos más aporriadas de la música cubana.

Una canción perfecta para fritar.

Hablando de fritar, si encuentra difícil decidirse por alguna marca de manteca, elija Cubop, que no es otra cosa que la modificación del legendario estilo de jazz de los 40, el bebop, bajo el cual nació toda la mezcla de ritmos afro-cubanos con jazz. Al ser la base de la receta, esa sustancia que engrasa el sartén sobre el cual se cocinaron todas las sabrosuras musicales venideras, este no solo garantiza sabor de primera, sino que marca el principio de una mezcla bomba, un caldo lleno de picante con el que latinos y norteamericanos se untaron hasta las orejas en los bailes de salón de Nueva York. Y es que desde que Machito y sus Afrocubans estrenaron su "Sopa de Pichón" en los 40, la ciudad no volvería a ser la misma, porque hasta los gringos más tiesos se dejaron abofetear por ese manotazo inicial. Después de muchos años de timidez obligatoria, los latinos empezaban a gritar y los norteamericanos a escuchar: ¡Mambo! ¡Bongó! ¡Latinoamerica presente! ¡Sabor!

Para continuar esta travesía alimenticia, llena de nutrientes para el alma, déjese guiar por el vibráfono que retumba entre las potato chips y permita que Cal Tjader, el norteamericano de origen sueco que mejor logró tocar este instrumento para el Latin jazz, lo deleite con su empolvada versión del clásico “Guachi Guaro”… Sabroso, ¿no? Luego llene el carro de mercado con especias, picantes, aderezos y sobre todo, adobos criollos, tome todo lo necesario para una cena de grandísimo formato y prepárese, porque lo que se viene a su mesa es una típica big band de los 50, de esas que nacieron de la mano de Tito Puente: un batallón musical de hasta veinte personajes que, armados con tres o cuatro trompetas, dos o más trombones, hasta cinco saxos, piano, bajo, voces y una sección de percusión con tumbadoras, bongoes y timbales, disparaban sin piedad descargas de sabor a las muchachadas que iban a bailar al Salón Palladium, templo de la fiesta latina, en la calle 53 con Broadway.

Si se le antoja un poco de maní, considérese afortunado, pues este supermercado tiene su propio vendedor. Le llaman “El Manisero”, como esa canción que bien podría ser el himno nacional de Cuba y que importantes músicos como el trompetista Alfredo “Chocolate” Armenteros han llevado a pasear por el mundo entero. Ahora hasta los chinos saben cantar "Caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucurucho de maní".

Pero siga adelante, no se quede quieto. Acérquese al stand de comida isleña en promoción y busque ese frasco con look medio africano, medio santero, llamado Irakere, como la banda cubana conducida por Chucho Valdés que levantó de nuevo el ritmo en los 70 tras el totazo que el pop le propinó. Adentro encontrará misas negras, oraciones a Yemayá, Changó, Babalú Ayé y todos los santos, rezadas por los vientos de Paquito de Rivera y Arturo Sandoval, el piano de José Miguel “El Greco” Crego y otros muchos bárbaros de la sabrosura. Eso sí, tenga cuidado con las dosis, pues las partituras del viejo Valdés eran tan atrevidas y llenas de picante que hacían sudar hasta sus propios músicos, todos maestros de renombre. No por nada llamaban a la banda "La Universidad". Tome el Irakere en dosis desmesuradas y luego sabrá porqué el tam tam de una tumbadora también puede llevar al nirvana.

Siguiente parada: dando una que otra vuelta, ruede el carrito hasta repisas donde se acumulan las salsas. Conozca a los pianistas Eddie Palmieri y Papo Lucca, y al conguero Ray Barreto: figuras estelares del movimiento salsero, quienes en los años 80 hicieron su aporte a este guisao, metiéndole cucharones rebosados de salsa a la mantecosa receta del latin jazz. Ahora, si no lo cree, muévase hacia la sección de los fritos, pregúntele al rey de los cueros Mongo Santamaría cómo se mezcla la manteca con la salsa y tendrá frente a usted al famoso “Sofrito”, una pieza sobrada en sabor, que une el mejor tumbao salsero con las peligrosas maromas del jazz afro-cubano. Ahora, si se le van quemando las manos, no llore: fórrese los deditos con cinta adhesiva y vendas, como lo hacía el buen Mongo cuando le sangraban las falanges de tanto reventar cuero en solos de hasta 15 minutos.

Ojo: esto del sofrito es sólo para valientes.

Mientras hace fila en la caja registradora y piensa con qué va a pagar, tenga la bondad de jalarse las orejas para le terminen de entrar las guajiras, los danzones y las descargas hechas jazz. Y si acaso tiene la oportunidad de cruzarse con la sección de DVD’s del supermercado, que no deje de enredársele en la compra Calle 54, del español Fernando Trueba: un documental que, en una sola producción, reúne interpretaciones de nombres como Chucho Valdés, Gato Barbieri, Tito Puente, Bebo Valdés, Eliane Elias, Paquito D'Rivera, Chano Domínguez, Michel Camilo y todos los demás Golden Boys del latin jazz.

Al salir, dirija el carrito hacia la puerta, prepárese para el silencio motorizado del parking lot y guarde bien entre sus dos orejas todo ese caldero de ritmos que, mientras chuleaba su check list, lo hipnotizó. Agradezca a las morisquetas de Tito y a las boinas volteadas de Chucho por haber marcado el ritmo de sus pasos a través de los pasillos, las neveras, los escaparates y la panadería. Y en su próxima visita, sea más fiel a sus raíces, póngase una pinta más sabrosa y asegúrese de pedir que le suban unos cuantos puntos al volumen. Que para hacer algo tan aburrido como mercar se necesita música de la buena.

Música como el latin jazz.

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SIDEBAR DISCOS RECOMENDADOS

Discografía pa’ la compra

Greatest Hits (2002)
Machito & his Afrocuban Orchestra
Sony
Si quiere entender el latin, esta es la primera lección. De Machito viene la receta original, el secreto para mezclar ritmos tan lejanos como el jazz norteamericano y la música afro-cubana.


Latin jazz (1984)
Varios
Phillips
La versión más jazzera del "Manisero" a cargo de Chocolate Armenteros, una batalla a muerte entre timbales y tumbadoras en "La Cuna" de Tito puente y su Latina Familia, y una versión de "Siboney" como para olvidarse del mundo, son sólo algunas de las joyas que trae esta gran recopilación.

Unreleased & Unleashed (2000)
Mongo Santamaría
Sony
Toda la genialidad del rompecueros más grande puede verse en este disco. Canciones como "Me and you Baby (picao y tostao)", "Boogaloo wow" y "Obatalá", muestran un disco muy americanizado en su estilo, pero muy afro-cubano en su esencia.

¡Cubanismo! (1996)
Jesús Alemany
Hannibal
Es elemental conocer el Latin jazz más cubano, mucho menos influenciado por la música norteamericana, que simplemente lleva al jazz ritmos como la guaracha, el guaguancó, el son y el montuno. El gran maestro Alemany es vital para bailar un buen danzón hecho jazz.

Simpático (2006)
The Brian Lynch & Eddie Palmieri Project
ArtistShare
Ganador de un premio Grammy en el 2007 y un ejemplo magistral de cómo se mezcla la salsa con el jazz, por uno de los mejores pianistas que ha visto crecer Nueva York junto a uno de los gringos más sabrosos del barrio: el trompetista Bryan Lynch. Canción recomendada "Guajira Dubois".