Siempre he pensado que es más fácil escaparse de una religión, que de la Navidad.
Uno no está obligado a ir a misa, porque a los 15 años fue capaz de reunir el valor para cerrar la puerta de la iglesia y no volver sino a los funerales; pero apenas llega diciembre (quiero decir, noviembre, o en el peor de los casos, octubre) uno está obligado a celebrar la Navidad. Sí, por más desertores en potencia que haya, nadie es capaz en realidad de levantarse contra el régimen del anciano hipertenso, que nunca regala lo que le piden... y no hablo de Fidel, no, hablo de Santa Claus.
Todo resulta una obligación cuando llega Navidad: es un deber sentirse mejor, es menester volverse una buena persona y es obligatorio resetear el chip para poner el espíritu en “Modo Navidad".
Lo curioso es que la mayoría de las veces el chip malinterpreta las órdenes y por “Modo Navidad” entiende “Modo Destroyer”, y así se pierde en la confusión: por “Novena” entiende “Bacanal”, por “Noche Buena” entiende “Mala Amanecida” y por “Rezar” interpreta “Perrear”. Pero bueno, “Malhechor”, “Gazpacho” y “SanBazar” proveerán.
El caso es que cuando uno hace caso omiso a sus obligaciones navideñas, lleva del bulto y de qué manera.
Por ejemplo, si uno no quiere leer la oración a la virgen María en la novena de la oficina, las señoras del aseo y todas sus secuaces comienzan a mirar con ojos acusadores diciendo: "esa sardina, pobre oveja sin rebaño, debe ser una caspa sin rumbo fijo”, y acto seguido, se echan la bendición.
Si uno se muestra reacio a cantar los villancicos en la novena familiar, siempre recibirá un llamado de atención post-evento por parte de la madre diciendo: "tan bobita, si tu cantas lo más de lindo". Así, ante el conflicto interno que produce alzar la voz para cantar “tutaina tuturumaina”, lo más sensato siempre será refugiarse en las maracas y sentarse al lado de la prima disléxica encargada de la pandereta, quien, por mérito, se llevará toda la atención de la familia.
Por otro lado, si uno no quiere comerse la parte oscura del pavo porque le sabe a Manatí, siempre recibirá la desaprobación por cortesía de esa tía que insiste en recordar a los niños de Somalia mientras se lleva a la boca una porción desorbitada de puré.
Y qué decir si uno separa las uvas pasas del arroz con coco... será una bestia mal educada por toda la eternidad.
En cuanto a las fiestas, si uno decide asistir a la celebración de Navidad de la empresa únicamente para hartarse de comida y emborracharse hasta las muelas, será tildado de ordinario, de regular, de empleado clase media, por todos esos que se creen demasiada cosa para ir a una fiesta empresarial.
Pero, es cuestión de reclamar derechos básicos: ya que Mr. Ex - President decidió erradicar el pago de horas adicionales de trabajo; no queda otra opción que cobrárselas a la empresa en porciones de comida y aguardiente. Un trago gratis por cada problema resuelto en horario extra, y entonces sí, ¡Salud!, ¡Feliz navidad!
Después de analizar el por qué de tanta indigestión decembrina, se sabe que tienen mucha culpa las obligaciones de todas las navidades pasadas:
Si uno es hijo de padres separados y tuvo que pasar todos los 24 viajando en carro entre dos, tres y hasta cuatro casas.
Si uno pertenece a una familia tipo Flanders y hasta ahora se tuvo que acostar todos los 24 de diciembre a las 10 de la noche.
Si a uno definitivamente no le gusta la torta de vino, ni el Panetón navideño, pero siempre los tuvo que comer para evitar romper lazos familiares.
Y ni hablar de las frustraciones:
Si uno nunca entendió la diferencia entre Santa Claus y el Niño Dios.
Si el niño Dios eran los papás.
Si uno creció escuchando “mamá, ¿dónde están los juguetes?”.
Si la nieve nunca cayó...
La navidad debería ser opcional, como tantas cosas en la vida que uno puede o no hacer, decisiones tan libres como bañarse los domingos o no, como comerse las uñas o cortárselas... asimismo uno debería poder decidir festejar la Navidad o no y sobre todo, lo más importante, no ser condenado por ello.
¡Qué viva la Navidad! (siempre que podamos NO celebrarla).